Solo es posible hablar de la numinosidad de una imagen cuando aquello que se afirma, de alguna u otra manera, se ha experimentado. Lo contrario, se convierte en palabra vacía que, en lugar de aclarar, confunde. Las imágenes o arquetipos cargados de numinosidad psíquica dan dinamismo al alma. Los evangelios de este tiempo pascual, por ejemplo, insisten en la imagen del Jesús resucitado que, una y otra vez, le dice a los discípulos: “No teman, ustedes son enviados a perdonar los pecados”. Acto añadido, Jesús deja que sus discípulos toquen sus heridas y que Tomás, a quien más le cuesta creer, meta la mano en su costado abierto”. El encuentro con la numinosidad de la imagen permite que, como Tomás, podamos decir. ¡Señor mío y Dios mío! Podríamos decir que, las palabras de Jesús con las que concluye esta escena: ¡Dichosos los que creen sin haber visto! Nos remite a la verdad de la Fe, no es el resultado de la experimentación, sino de la experiencia. En el evangelio de Marcos, por ejemplo, se cuenta: “Pasado el día de reposo, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé, compraron especias aromáticas para ir a ungirle. Y muy de mañana, el primer día de la semana, llegaron al sepulcro cuando el sol ya había salido. Y se decían unas a otras: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Cuando levantaron los ojos, vieron que la piedra, aunque era sumamente grande, había sido removida”. La piedra, en esta ocasión, representa el obstáculo que impide la comunicación con lo que está adentro. Si la tumba representa el mundo interior, donde se gesta nuestra vida psíquica y espiritual entonces, la piedra es lo que impide la entrada a ese mundo y, la conexión con las imágenes y todo lo demás que allí se encuentra. La verdad de lo numinoso sólo se conoce en la experiencia, negar lo que nos resistimos a experimentar, termina siendo más un prejuicio, que un acto de sabiduría.
Cuando una persona ha sido educada sin contacto con el mundo interior, surge en el alma el deseo de llevar una vida alejada de lo normal. Al respecto, señala Rocío Hernández Mella: “Una vida centrada en el vacío, en la falta de contacto con el interior, va dando lugar a una personalidad sin voluntad, separada de la fuerza vital y sin una imagen de la vida realizada”. Además, estas personas aprenden a construir sus relaciones con los demás desde la dependencia, les cuesta mucho asumir que la vida está marcada por la invitación a conocernos y ser nosotros mismos. Estas personas en cuanto pueden, se aferran a relaciones simbióticas y sienten un temor enorme con la sola idea de que un día llegue la separación. El color emocional y la fuerza espiritual sólo se despiertan cuando se entra en contacto, a través de la contemplación, la oración y los sueños entre toros, con todo lo que hay en nuestro interior. Durante los primeros años del hospital de ciegos, como se sabe, todos los internos detentaban los mismos derechos y sus pequeñas cuestiones se resolvían por mayoría simple, sacándolas a votación. Con el sentido del tacto sabían distinguir las monedas de cobre y las de plata, y nunca se dio el caso de que ninguno de ellos confundiese el vino de Mosela con el de Borgoña. Tenían el olfato mucho más sensible que el de sus vecinos videntes. Acerca de los cuatro sentidos consiguieron establecer brillantes razonamientos, es decir que sabían de ellos cuanto hay que saber, y de esta manera vivían tranquilos y felices en la medida en que tal cosa sea posible para unos ciegos. Por desgracia sucedió entonces que uno de sus maestros manifestó la pretensión de saber algo concreto acerca del sentido de la vista. Pronunció discursos, agitó cuanto pudo, ganó seguidores y por último consiguió hacerse nombrar presidente del gremio de los ciegos. Sentaba cátedra sobre el mundo de los colores, y desde entonces todo empezó a salir mal. Este primer dictador de los ciegos empezó por crear un círculo restringido de consejeros, mediante lo cual se adueñó de todas las limosnas. A partir de entonces nadie pudo oponérsele, y sentenció que la indumentaria de todos los ciegos era blanca. Ellos lo creyeron y hablaban mucho de sus hermosas ropas blancas, aunque ninguno de ellos las llevaba de tal color. De modo que el mundo se burlaba de ellos, por lo que se quejaron al dictador. Éste los recibió de muy mal talante, los trató de innovadores, de libertinos y de rebeldes que adoptaban las necias opiniones de las gentes que tenían vista. Eran rebeldes porque, caso inaudito, se atrevían a dudar de la infalibilidad de su jefe. Esta cuestión suscitó la aparición de dos partidos. Para sosegar los ánimos, el sumo príncipe de los ciegos lanzó un nuevo edicto, que declaraba que la vestimenta de los ciegos era roja. Pero esto tampoco resultó cierto; ningún ciego llevaba prendas de color rojo. Las mofas arreciaron y la comunidad de los ciegos estaba cada vez más quejosa. El jefe montó en cólera, y los demás también. La batalla duró largo tiempo y no hubo paz hasta que los ciegos tomaron la decisión de suspender provisionalmente todo juicio acerca de los colores. Un sordo que leyó este cuento admitió que el error de los ciegos había consistido en atreverse a opinar sobre colores. Por su parte, sin embargo, siguió firmemente convencido de que los sordos eran las únicas personas autorizadas a opinar en materia de música. El texto de Marcos, sobre la resurrección de Jesús, continúa diciendo: “Y entrando en el sepulcro, vieron a un joven sentado al lado derecho, vestido con ropaje blanco; y ellas se asustaron. Pero él les dijo: No os asustéis; buscáis a Jesús nazareno, el crucificado. Ha resucitado, no está aquí; mirad el lugar donde le pusieron. Pero id, decid a sus discípulos y a Pedro: Él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, tal como les dijo. Y saliendo ellas, huyeron del sepulcro, porque un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas; y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo”. El joven que está sentado al lado derecho en el sepulcro es una figura que, en el evangelio de Marcos está presente desde el prendimiento de Jesús hasta su resurrección; es decir, un testigo ocular, alguien que ha sido capaz de ver, de estar presente, un ser a quien el dolor no disoció sino que le ayudo a comprender. En el profeta Isaías el dolor desaparece cuando adquiere significado y sentido. Esta vestido de blanco para recordarnos que conserva toda la energía vital, no es alguien disminuido por el dolor, ni por las heridas que el evento dejó en él. Jung nos recuerda que una imagen cuando está cargada de numinosidad actúa sobre la psique transformándola. La imagen, señala Jung, no es un mero concepto, es un trozo de vida que conecta al individuo con la vida a través del puente de la emoción. Solo aquello que se relaciona con nosotros, con nuestras búsquedas y con el sentido de la vida tiene fuerza para sanar, integrar y reconciliar. Jesús había preparado a los discípulos con la suficiente anterioridad al evento de su muerte. Él ya había dotado de significado su vida y, lógicamente, lo que vendría después, la forma como iba a morir. Jesús, de diferentes maneras, les había enseñado a los discípulos que, toda vida que ha puesto su confianza en Dios, aunque deje de estar físicamente, permanece, porque en Dios no hay muerte sino vida. La mujeres entienden que la tumba está vacía porque no puede contener al autor de la vida. Lo que sucede allí, es tan profundo que, como enseña la teoría sobre las hierofanías, manifestaciones de lo sagrado, las mujeres quedan temblando, conmovidas y con el temor propio de quien ha comprendido algo y no encuentra las palabras adecuadas para definirlo, para comunicarlo a otros. Por eso, prefieren quedarse en silencio. La resurrección es algo que sólo se contempla, no se racionaliza. Los símbolos cargados de numinosidad tienen como objetivo conducirnos hacia la autorreflexión. Muchos, se han desprendido de las imágenes antes de conocerlas y, al hacerlo, han privado al alma de hacer conexiones con la riqueza interior que hay en ella. Muchos, en el afán de encontrar una explicación racional, no solo que los convenza, sino que los haga estar a la altura de una sociedad cientificista, han considerado el valor de lo simbólico como algo primitivo. El intento de despojarse de esta dimensión del alma, hace que sus restos se queden en el inconsciente y, desde allí, generan el caos que tanta depresión, impulsividad emocional, descontrol, falta de voluntad y deseo por vivir hacen que hoy se experimenta. Donde al alma se le priva de la conexión consigo misma y con Dios, se la expone al sufrimiento. A las mujeres que van al sepulcro, que son las mismas que estuvieron junto a la Cruz y vieron morir a Jesús, las sobrecoge la experiencia de la losa quitada y la tumba vacía. Ellas continúan su camino y saben que, la vida que recibieron de Jesús continúa en ellas y en la comunidad cuando se reúne a celebrar la fracción del pan. Para aquellos que decidieron ignorar el hecho, para quienes aquello no fue más que una mentira, para quienes se empecinaron en decir que el cadáver había sido robado en la noche, el misterio no permaneció en silencio, tampoco escondida y, menos aún, sin fuerza. Aquella noticia cargada de tanto afecto, se extiende por todas partes y, al final, desata una neurosis, ira, menosprecio en quienes intentan ocultar no la verdad racional sino la luz que hay en una experiencia que transforma vidas, suscita amor y hace ver que el destino está lleno de esperanza. Ilumina nuestras sombras para llevar tu luz. Ilumina nuestras sonrisas para abrazar tus resurrecciones. Ilumina nuestras impotencias para fortalecernos en tu amor. Ilumina nuestro andar, hoy quedándonos en nuestros hogares, para crecer en la entrega. Ilumina nuestras palabras para no tener miedo a tus silencios. Ilumina nuestras lágrimas para seguir sembrando. Ilumina nuestros errores para aprender de vos. Ilumina nuestra oración para no ser sordos a tu llamada. Ilumina nuestro latir para no perder el ritmo del Reino. Ilumina nuestras necesidades para animarnos a vivir más allá de ellas. Ilumina nuestro amor para que sea incondicional y hasta el extremo como el tuyo. Ilumina nuestro soñar para despertar contigo. Ilumina nuestra música para cantar con los demás Ilumina nuestras heridas para regarlas desde tu manantial. Ilumina nuestros carismas y nuestras espiritualidades, para que sean plenitud de vida. Ilumina nuestras distancias para construir nuevas cercanías. Ilumina nuestra Eucaristía, hoy espiritual, para hacerla en memoria tuya. Ilumina nuestra paz, que es la Tuya (Marcos Alemán sj) Francisco Javier Carmona
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