La madurez de la fe está sustentada por la madurez de la vida. Muchos, se esfuerzan en realizar su fe y, pierden el interés por llevar una vida coherente con la fe que dicen profesar. Una fe separada de la vida corre el serio riesgo de convertirse en ideología. Una vida separada de la fe también corre el riesgo de volverse vacía. Sin conexión con el poder creador interior, difícilmente, se puede alcanzar una vida autorrealizada. Una vida sin misterio, pierde el verdadero horizonte de realización. Un misterio sin encarnación en la vida, sin reflejo en los actos, decisiones y relaciones, tiende a verse como algo meramente esotérico. Así es, como una persona puede dedicar largas jornadas a la oración y, después, agredir verbal y físicamente a sus hijos o hermanos. Donde fe y vida no se juntan, donde se escinden, tiene lugar la ilusión de una vida santa. Los fatigados miembros de una caravana llegaron por fin a un oasis y se dispusieron a descansar. A los diez minutos, y en medio del silencio, oyeron una voz que lastimosamente decía: ¡Qué sed tengo! ¡Qué sed tengo! El jefe de la caravana mandó a un hombre a ver qué ocurría. A su regreso dijo: Es sólo un viajero que también trata de descansar pero que no puede por la sed. Dadle agua -ordenó el jefe-, así podremos descansar todos. El enviado llevó una odre de agua al sediento, que éste bebió con deleite. Pasados otros diez minutos, y de nuevo en medio del silencio de la noche se escuchó la misma voz quejumbrosa: ¡Qué sed tenía! ¡Pero qué sed tenía!
La cultura actual presume de haber superado la fe en Dios, de no necesitar la religión para poder realizarse, para ser feliz. Actualmente, se hacen muchos esfuerzos por declarar que el Estado es laico. En algunos lugares, se mira con desdén a quien manifiesta su fe en Dios. Hay espacios de encuentro donde se prohíbe de manera manifiesta cualquier alusión a Dios o a la religión. Resulta curioso que, muchas de las personas que muestran su animadversión hacia la religión o hacia Dios, terminan buscando un tarotista, a alguien quien a través de la carta astral u otras herramientas les de la certeza de vivir y permanecer en el Misterio. Otros, ponen la confianza en el péndulo, en lugar de entrar en su interior y dialogar con Dios. Muchos cambian la fe en Cristo por cristales, pirámides, sahumerios o aceites que limpian la energía y aseguran el bienestar. Cuando no hay orden, tampoco hay claridad. Al final, Aquello que nos incomoda, no sólo crea una escisión psíquica, sino que además busca la forma de expresarse en la consciencia. Siguiendo el pensamiento de Carl Gustav Jung, en el libro respuesta a Job, podemos decir que, hablar de Dios es, hacer referencia a los esfuerzos que el alma realiza para vivir su individualidad desde la unidad, antes que, desde la escisión y disociación psíquica. Cuando el alma declara la presencia de un poder creador en ella, que la hace consciente de su esencia e individualidad, está haciendo una afirmación que, si bien no se puede demostrar empíricamente, como lo desearían las ciencias naturales, es verdadera y autentica, porque transforma al ser humano y le da sentido a su vida, humanizándolo y permitiéndole abrirse al amor de una manera diferente: siendo y dejando ser. Lo que el alma declara, como un acto de presencia de Dios en ella, es inequívoco. Susy Beatriz publica, bajo el seudónimo vidas contemplativas, el siguiente texto: “En lo más profundo de nosotros mismos hay un asombroso santuario interior del alma, un lugar sagrado, un Centro Divino, una Voz que habla, a la cual podemos regresar continuamente. La eternidad está en nuestro corazón, insistiendo en nuestras vidas dispersas por el tiempo, abrigándonos con indicaciones de un destino asombroso, llamándonos de regreso a casa... Hay una forma de ordenar nuestra vida mental a más de un nivel al mismo tiempo. A un nivel podemos estar pensando, trabajando, viendo, calculando, respondiendo a todas las exigencias de actividades externas, pero en el interior más profundo, detrás del escenario, a un nivel más hondo, también podemos estar en oración y adoración, en canción, en alabanza y en una delicada receptividad a las inspiraciones divinas" En la actualidad, el ser humano goza de una formación intelectual y cultural bastante amplia y, en ocasiones, estructuralmente sólida en afirmaciones y premisas científicas. Sin embargo, este mismo ser se encuentra, impotente y débil, frente a realidades que no logra comprender porque trascienden su capacidad comprensiva y no encajan en los esquemas mentales dentro de los cuales está habituado a moverse y a construir el sentido de su existencia. Cada vez que el ser humano, entra en contacto con algo que lo trasciende, su mundo emocional se agita y, las imágenes inconscientes sobre lo divino emergen. Sin una consciencia reflexiva, podemos considerar que todo lo que viene a la mente, cuando estamos inmersos en una experiencia religiosa, es revelado directamente por Dios. En la antigüedad, el ser humano recibía el oraculo e iba donde el profeta o el sacerdote para que fueran ellos quienes interpretarán el mensaje que tenían en sus manos o en su corazón. Existía la consciencia de que sin preparación para interpretar el oráculo, éste podría resultar tanto bendición como maldición. Lo divino siempre sobrepasa nuestra consciencia; de ahí, la necesidad de la reflexión. Con frecuencia, encuentro personas, no solo en consulta, sino también por fuera, en la calle, que están sumidas en una profunda crisis. La gran mayoría de ellas, sienten que Dios no está haciendo nada por ayudarlos, que los dejó solos, a pesar de ser buenas personas. En la serie “Los elegidos”, uno de los discipulos de Jesús, Santiago el menor, tiene dificultades de movilidad. Un día se acerca a Jesús y le pide ser sanado. La respuesta de Jesús es, más o menos, la siguiente: “¡Si te curará, no tendrías claridad sobre los motivos para estar conmigo! Estarías todo el tiempo confundido. Ya lo he pensado muchas veces. No quiero que estes conmigo porque hice algo grande por ti, sino porque a pesar de tu limitación, eres capaz de hacer algo grande por el Reino de mi Padre”. Un autor señala que, Dios permite el sufrimiento de Job para que éste se relacione con Dios desde el lugar del adulto. No amo a Dios por las cosas que me da sino por el amor que despierta en mí. El ser humano actual, educado científica y religiosamente, cuando se enfrenta con la oscuridad no sabe qué hacer; sobretodo, cuando no tiene la costumbre de conectar con su centro o núcleo divino. El rechazo a Dios, la indiferencia religiosa, la desesperanza, el vacío existencial o el deseo de quitarse la vida porque las cosas no salen como las proyectamos, tienen su origen en la incapacidad del ser humano de acogerse como realmente es, de reflexionar críticamente sobre aquello que no logra comprender, de asentir a la vida como es y, especialmente, de la incomodidad que surge cuando Dios agita las corrientes profundas de nuestro inconsciente, aquellas que despiertan todo tipo de imágenes en nuestro corazón y, nos hacen sentir que, a pesar de todos nuestros esfuerzos, seguimos siendo fragiles y vulnerables. Nos abrumamos cuando Dios nos recuerda que, sin la confianza puesta en Él, poco o nada somos capaces de sacar adelante. Está seco, sus ramas sin hojas, su tronco sin ojos, sus cables sin savia, se mueve sin amor. Está seco. Nada le estremece, por nada hasta blasfema. La Bolsa y el Negocio sólo le hacen vibrar. Está seco. Se mete en Ministerios, administra guardillas, rebaja los jornales, que su vida es así. Yo le he visto, os advierto: Enterrad a ese hombre cuanto antes (Gloria Fuertes)Francisco Carmona
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