En un taller de constelaciones, una consultante manifiesta que nada de las cosas que hace fluyen, que todas sus expectativas, difícilmente, se cumplen. A medida que la constelación transcurre, va apareciendo el abuelo paterno. La consultante comienza a expresar que el corazón tiene una alegría inmensa, inexplicable, que la llena de fuerza. El cuerpo comienza a temblarle. La consultante se siente profundamente conmovida. Lo anterior, nos permite identificar que para la consultante, el encuentro con el abuelo tiene un carácter numinoso. Según Rudolf Otto, la emoción que surge de una experiencia numinosa tiene un valor que va más allá de lo racional y, sin embargo, epistemológicamente, permite una comprensión que ilumina la razón. Según Rudolf Otto, ante una experiencia numinosa desaparecen los sentimientos que bloquean o distorsionan las relaciones. Según la teología, el miedo, por ejemplo, podría explicarse como el egoísmo que surge en el corazón que se resiste al desapego y la gratuidad pura de Dios que invita a la confianza. En el miedo, de manera inconsciente, el ser humano se resiste a confiar en Dios porque racionalmente considera que Dios no tiene nada que perder si confía; en cambio, el ser humano, como ser finito, si suelta, puede perderlo todo. El miedo revela que nos resistimos a entrar en el mundo de lo divino donde la confianza, el abandono en las manos de Dios, el desapego son actitudes que favorecen la vida y la hacen plena. Actitudes que, además, exigen del corazón mucha generosidad. Algo que no se alcanza porque se prefiere vivir aferrados a las partes traumatizadas de nuestra alma, antes que avanzar hacia lo que nos da gozo interno.
El Primer Ministro de la Dinastía Tang fue un héroe nacional por su éxito como estadista y como líder militar. Pero a pesar de su fama, poder, y salud, se consideraba un humilde y devoto Budista. A veces visitaba a su maestro Zen favorito para estudiar con él, y parecía que se llevaban bien. El hecho de ser primer ministro parecía no afectar su relación, que parecía ser la de un venerado profesor y un respetuoso alumno. Un día, durante su visita usual, el Primer Ministro le preguntó al maestro: ¿Su Reverencia, qué es el egoísmo de acuerdo al Budismo? La cara del maestro se volvió roja, y con una voz condescendiente e insultante, le respondió: ¿Qué clase de pregunta estúpida es esa? Esta respuesta inesperada impactó tanto al Primer Ministro que se quedó callado y furioso. El maestro Zen sonrió y dijo: ESTO, Su Excelencia, es egoísmo. El evangelio de Juan nos cuenta la siguiente experiencia: “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: ¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto”. Nos encontramos ante una realidad psíquica y emocional bien diciente: El Maestro había muerto en la Cruz. Algunas mujeres habían ido de madrugada al Sepulcro, vieron la piedra que tapaba la entrada removida y a un ángel que les decía que Jesús no estaba allí, había resucitado. Las mujeres regresan sobrecogidas, en shock. Lo que cuentan, despierta, aún más, el miedo en el grupo. Para el Ego es incomprensible aquello que está sucediendo. La aceptación de la resurrección de Jesús pone en entredicho la identidad del grupo y de cada uno de los discípulos. El miedo aumenta. Lo que parecía estar bien fundamentado, comienza a resquebrajarse. ¿Qué hacer entonces? Jimena O, psicóloga, escribe: “Aquí yace la clave de la experiencia numinosa: el enfrentamiento con lo divino supone una especie de shock o trauma para el ego que se aferra a su realidad. El ego sólo puede existir como un ente separado, encumbrado en su propia identidad separada del mundo de objetos, pero lo divino o lo misterioso numinoso nos enfrenta con un plano de conexión significativa (de sincronicidad y unidad cósmica) y por lo tanto presenta una amenaza de muerte. Esto es en cierta forma lo que se experimenta como terrible y tremendo: la poesía negra maldita de las imágenes de la muerte del ego, que es también algo así como la boda del alma con lo divino”. Edward Edinger, en el arquetipo Crístico, señala: “Cuando se produce la reconciliación consigo mismo, dando origen a la integración de todo lo que está disociado y desintegrado en la psique, aparece la imagen de la vocación en el alma”. Una vez que los discípulos superan el miedo, cuando entienden que seguir aferrados al Ego no conduce a un buen destino, descubren que su tarea es ir por el mundo reconciliando, juntando lo que está separado, construyendo la paz. Me atrevería a decir, que si hoy hay menos vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal, no es porque el mundo haya dejado de creer o las familias sean menos numerosas, sino porque el mundo está dividido entre las guerras, las discordias, el afán poder y de venganza. Un mundo que sufre, con dificultad puede escuchar la voz de Dios sino está siendo curado. El arquetipo Crístico, entre otras cosas, significa vivir en función de la reconciliación, de la construcción de la paz, de la cura del alma. En la actualidad, lo numinoso es visto con sospecha porque se asimila a la institución que, cada día está más degrada por los escándalos que la rodean. Pero, como señala la experiencia, lo numinoso no está ligado a los dogmas, al sistema de creencias, al control mental sino a la conexión con algo más grande que el ego, con un orden, una fuerza amorosa, una experiencia de vida que, a la vez, que nos supera, nos atraviesa llenándonos de su energía, de su espíritu. Sólo es verdaderamente numinoso aquello que nos invita a trascender, para lograrlo, necesitamos morir a los viejos patrones de conducta, al propio egoísmo y encontrarnos con la belleza, el misterio, que llena de sentido las cosas donde se hace presente. La resurrección como experiencia numinosa, que nos asombra, estremece y pone a dudar de nosotros mismos, nos recuerda que el muro que nos separaba de Dios ha sido derribado. La resurrección invita a ver como el mundo puede ser reconciliado, lo que estaba disperso vuelve a reunirse y cómo el amor superar el fracaso que el odio había traído. La resurrección nos revela que el sufrimiento, por fuerte e intenso que haya sido, puede ser superado cuando es llevado de la oscuridad, de la tumba, a la luz, a la Presencia de Dios que todo lo transforma, lo sana y lo recrea. Como señala Jimena O: “Lo que realmente anima y mueve al ser humano son las experiencias que se tienen en la consciencia, la experiencia numinosa, la experiencia mística, todo aquello que anula la separación, la disociación y la fragmentación porque se reconoce que existe una Consciencia Superior como lo es el Amor. Yo, también, como Tomás, pido aclaraciones, quiero tocar para creer, me resisto a lanzarme más allá de lo seguro. Entiéndeme, querría no dudar. Pero a veces dudo, vacilo, pregunto, regateo para conseguir más certezas y menos brumas. Tú te plantas en medio, me enseñas las heridas infligidas en tu mundo, en tus hijos, en esta creación atormentada. Me muestras los destellos de la resurrección en los golpes que empiezan a sanar. El corazón comienza a vibrar. Tú me dices que crea. Dame Tú, Señor, la fe que me pides (José María R. Olaizola, sj) Francisco Javier Carmona
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