Uno de los mayores intereses de Carl Gustav Jung consistió en ver, contemplar, la psique como espacio de lo sagrado. Cada vez que, un ser humano tiene una experiencia que podemos llamar trascendente, algo en su psique y en su actitud ante la vida, cambia. Sin lugar a duda, la psicología no puede hablar de Dios; eso, le corresponde a la teología; pero, sí puede hablar, de lo que ocurre en el interior de un ser humano, que se hace preguntas sobre el sentido de la vida y, siente la necesidad de conocerse a sí mismo y, llevar una vida congruente con la experiencia que tiene de lo que constituye su centro vital. Hay dos maestros que hablan de la experiencia religiosa, numinosa, y su manifestación en la psique humana. El primero, es Thomas Merton quien afirma: “Yo creo que una de las experiencias fundamentales de cualquier ser humano que indague en mayor o menor profundidad dentro de sí es el descubrimiento sobrecogedor de que Yo soy”. El segundo es, Carl Gustav Jung. Cuando a Jung se le acusa de construir una psicología que vincula de modo injustificado el alma con temas y dimensiones religiosas respondía: “No he sido yo quien ha inventado una función religiosa del alma, sencillamente he presentado los hechos que demuestran que el alma es naturaliter religiosa”.
En otro pasaje, el mismo Jung dice: “La imagen de Dios no es ningún invento, sino una vivencia que sua sponte (espontáneamente) se posesiona del hombre, algo que debe conocerse suficientemente si no se prefiere a la verdad la ceguera causada por prejuicios ideológicos”. En todo ser humano existe la necesidad de trascender; es decir, de sentirse unido a algo más grande que nos revele que la vida se realiza cuando damos el primer lugar en la existencia a lo esencial. Como dice el principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”. Nuestra vida se pierde cuando lo externo se convierte en nuestra identidad. No en vano, el Evangelio pregunta: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo, si pierde su alma? Para Jung, la imposibilidad de una relación con Dios, con la fuerza divina que, habita en nosotros, nace más de los prejuicios ideológicos que de una alucinación del alma o embotamiento de la misma. La psicología no puede decir nada sobre Dios, pero, sí puede hablar de las imágenes y símbolos de Dios que habitan en la psique, ya que esta es, según Jung, “un espacio de experiencia numinosa”. La experiencia religiosa cuando ocurre transforma la estructura psíquica de quien la vive. La vivencia de completud que suscita la experiencia religiosa tiene la capacidad de curar y dotar de sentido cualquier existencia humana. Lo que Jung denomina la función trascendente de la psique no es otra cosa que, “la unión de contenidos conscientes e inconscientes” a partir de los cuales se manifiesta el Sí-mismo, el arquetipo de la totalidad. El monarca de un reino de la India tuvo noticias de que había en la localidad un faquir capaz de realizar extraordinarias hazañas. El rey lo hizo llamar y, cuando lo tuvo ante él, le preguntó: ¿Qué proezas puedes efectuar? Muchas, majestad repuso el faquir. Por ejemplo, puedo permanecer bajo tierra durante meses o incluso años. ¿Podrías ser enterrado por diez años y seguir con vida después? preguntó el monarca. Sin duda, majestad, aseveró el faquir. Si es así, cuando seas desenterrado, recibirás el diamante más puro del reino. Se procedió a enterrar al faquir. Se preparó una fosa a varios metros de profundidad y se dispuso de una urna de plomo. El faquir, antes de ser sepultado, se extendió hablando sobre sus cualidades espirituales y morales que hacían posible su autodominio y poder. Todos quedaron convencidos de su santidad. Fue introducido a continuación en la urna y enterrado. Durante diez años hubo guardianes vigilando la fosa. Nadie albergaba la menor esperanza de que el faquir sobreviviese a la prueba. Transcurrió el tiempo convenido. Toda la corte acudió a la tumba del faquir, con la certeza de que, a pesar de su santidad y poder, habría muerto y el cadáver sería solamente un conjunto de huesos putrefactos. Sacaron la urna al exterior, la abrieron y hallaron al faquir en estado de catalepsia. Poco a poco el hombre se fue reanimando, efectuó varias respiraciones profundas, abrió sus ojos, dio un salto y sus primeras palabras fueron: ¡Por Dios!, ¿dónde está el diamante? Añadió el Maestro: Sin desapego real y sabiduría, hasta la más precisa técnica de autodominio carece de significación. Para Jung, el mundo exterior y el mundo interior tienen una base trascendental. Al respecto dice: “Eso es tan seguro como nuestra propia existencia”. En recuerdos, sueños y pensamientos, Jung escribe: “Compruebo que todos mis pensamientos giran en torno a Dios como lo hacen los planetas alrededor del sol y a la manera como estos son atraídos irresistiblemente por Dios cual si fuera el sol…La naturaleza, el alma y la vida se me aparecen como el despliegue de la divinidad”. Pues bien, la experiencia de lo sagrado, religioso o numinoso, como se quiera llamar, revela que nuestra alma busca y anhela sentirse unida a algo que la Trascienda, que la llene de sentido, que sea su fundamento. Dios se manifiesta en aquel que descubre que está llamado a ser. Dice Thomas Merton: “Siempre hay un momento en la vida en el que uno puede estar haciendo cualquier cosa, o ninguna, y de improviso surge ante él la evidencia de que realmente es”. Darse cuenta de la realidad profunda que habita en cada ser, es uno de los mayores regalos que se puede recibir de la vida en su conjunto. Donde sentimos que somos, Dios se está manifestando. Cuando tomamos consciencia de quienes somos, también comenzamos un camino de acercamiento a Dios que, es el fundamento último de toda existencia. El alma siempre se pregunta qué la sostiene y la respuesta está en Dios. Thomas Merton señala que el fin de la contemplación no es otro que, “la posibilidad de ver reflejado el misterio de la Santísima Trinidad en cada uno de nosotros”. Aquello que podemos conocer acerca de nosotros, nuestra individualidad, está reflejado en lo que es cada una de las personas de la Trinidad. Adquirir la consciencia de la propia individualidad y su manifestación en las relaciones es un paso obligatorio en el camino hacia la madurez humana y religiosa. En la medida que somos, dejamos ser. Acogemos al otro, en la misma proporción en la que nos acogemos. Así es como podemos decir que, lo que rechazo en mí, termina siendo igual o semejante a lo que rechazo en los demás y, lo que amo en mí, es lo que termino acogiendo y valorando en los que están cerca de mí. Esta es una verdad que sólo alcanza el corazón que contempla. Martin Heidegger señala: “La constitución fundamental de la existencia humana se llama cuidado. Al lado de la cotidianidad no hay festividad. Las fiestas y los juegos, en lo que se suspende el cuidado en su totalidad, terminan deshumanizando”. El verdadero festejo es aquel donde el trabajo se suspende y, el ser humano se contiene, para prestar atención, meditar, para dar paso, a lo que realmente es importante. Somos, allí donde podemos cuidar de nuestra alma, de nosotros mismos, donde el corazón puede contemplar la fuente de la que brota su capacidad de amar y de obrar. Cuando se pierde la conexión con la esencia también se pierde la capacidad de cuidado, de disfrute y de festejo. La contemplación es la expresión del cuidado que damos al alma y a la relación que ella sostiene con el Manantial del que brota su vida. Suelta tus miedos, tus proyectos, tus sueños y fracasos. Suelta la imagen, los agobios, los fantasmas y presiones. Y confía, en Aquel que es tu descanso, en Aquel que no te juzga, en Aquel que te conoce, en Aquel que te sueña, en Aquel que te conoce, en Aquel que te espera. Suelta y confía (Óscar Cala sj) Francisco Javier Carmona
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