El narcisismo es un obstáculo para vivir plenamente la vida. Con frecuencia, podemos ver que, detrás del narcisismo hay una persona luchando con su soledad. A constelaciones viene un hombre, quiere constelar las relaciones de pareja. Sus relaciones terminan con la siguiente acusación: “Convivir con usted es muy difícil, usted solo se preocupa de sí mismo, es un narcisista”. Hay un momento, en el que le pido al hombre caminar y me doy cuenta que tiene dificultades para hacerlo. Le pregunto: ¿puedo saber, qué le paso? El contesta: “cuando tenía once años, durante un partido de futbol, tuve una fractura de cadera, estuve treinta días en el hospital, después de salir, me sentí muy solo, no pude volver a practicar los deportes que me gustaban”. A veces, en la convivencia pasamos por alto las luchas internas que viven los que está a nuestro lado. Estamos tan ensimismados que no advertimos las cosas dolorosas y difíciles que han tenido que enfrentar los que caminan con nosotros en la vida. A menudo, damos por supuesto que todo está bien, que todo ya pasó y fue asumido. Muchos creen que nadie, excepto ellos, tienen dolores sin resolver, que todos estamos dispuestos para amar y entregarse generosamente. Muchas decepciones en la vida de pareja tienen su origen en la incapacidad de ver al otro como es, un ser vulnerable, con complejos y, especialmente, con dolores que, aún no ha logrado curar, porque no ha encontrado un lugar seguro donde hablar de lo que internamente vive sin ser juzgado, sino amado, aceptado y acogido. Dejamos el lugar seguro que teníamos con los padres, porque creemos que podemos construir uno, como adultos, al lado de la pareja.
El juicio y el prejuicio son serios obstáculos en el camino de construcción de relaciones sanas y de vínculos fuertes que conecten a las personas con la vida. Muchos utilizamos expresiones que, en lugar de ayudarnos a comprender lo que vive el otro, solo sirven para condenar, estigmatizar y herir. Hace poco, leí un meme que dice: “Trabaja sobre ti mismo, ve a terapia, para que los asuntos no resueltos en ti, dejen de convertirse en el arma con el que destruyes el alma y la vida de los demás”. Diagnosticar a alguien, simplemente, porque en la relación con él, vemos nuestras heridas aún abiertas, es una forma de relacionarnos muy dolorosa, que termina haciéndonos sentir que, amar y construir son dos verbos que no están fácilmente a nuestro alcance. Cuando el Maestro se hizo viejo y enfermó, los discípulos no dejaban de suplicarle que no muriera. Y el Maestro les dijo: Si yo no me voy, ¿cómo podréis llegar a ver? ¿Y qué es lo que no vemos mientras tú estás con nosotros? Pero el Maestro no dijo ni una palabra. Cuando se acercaba el momento de su muerte, los discípulos le preguntaron: ¿Qué es lo que no vamos a ver cuándo tú te hayas ido? Y el Maestro les respondió: Todo lo que he hecho ha sido sentarme a la orilla del río y daros agua. Cuando yo me haya ido, confío en que sepáis ver el río. Sobre el narcisismo, Jaime Tatay escribe: “En la mitología griega Narciso era un cazador joven, agraciado y atractivo. Todas las mujeres quedaban prendadas al verlo, pero él las rechazaba a todas. Una de las jóvenes heridas por su amor fue la ninfa Eco, que amaba su propia voz, pero había disgustado a la diosa Hera y por ello estaba condenada a repetir la última palabra de todo aquello que se le dijera. Eco era incapaz de hablar a Narciso de su amor, pero un día, cuando él estaba caminando por el bosque, ella lo siguió. Cuando él preguntó: ¿Hay alguien aquí?, Eco respondió: Aquí, aquí. Narciso le gritó: ¡Ven! Y Eco dijo: ¡Ven!, y fue. Salió de entre los árboles con los brazos abiertos y corrió hacia su amado. Sin embargo, Narciso se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, triste y desconsolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que solo quedó el eco de su voz. Para castigarle por su engreimiento, Némesis –la que arruina a los soberbios– hizo que Narciso se enamorara de su propia imagen reflejada en las aguas. La historia cuenta que, un día, contemplando su reflejo en un estanque, fascinado por su imagen, terminó arrojándose al agua. A continuación, bajó al Inframundo, donde fue atormentado para siempre por su reflejo en la laguna Estigia. Muchos siglos después, el mito de Narciso fue introducido por Sigmund Freud en la psicología para referirse al amor que un sujeto se dirige a sí mismo. Un narcisismo excesivo es expresión de una patología en la que una persona sobrestima sus habilidades y tiene una necesidad compulsiva de admiración y afirmación. Este es un fenómeno tan antiguo como el ser humano, pero que vemos hoy reflejado en las redes sociales de una forma más evidente, pública y universal que antes”. Las personas con un profundo dolor pueden tomar la decisión de vivir encerradas en sí mismas y batallar en silencio con su soledad, con su dolor, con su humillación o con su rechazo. Otros, en cambio, pueden ir detrás de experiencias y maestros espirituales esperando encontrar una palabra que les haga sentir que, en ellos no hay nada inadecuado, que no son seres despreciables sino amables por sí mismos. Los niños que han sido duramente criticados por sus padres o experimentaron el abandono o rechazo, tienen una gran disposición para ir por la vida buscando a alguien que les confirme que, son dignos de amor y aceptación incondicional. Desde fuera, estas personas pueden parecernos narcisistas; sin embargo, son niños que, les cuesta creer que en ellos hay algo de la bondad con la que Dios nos creó. Ante un dolor profundo, ante una soledad que no se supera, ante una crítica amenazante, ante una desvalorización constante, es posible que, las personas decidan huir, para protegerse del dolor, hacia ideas de grandiosidad sobre el propio Yo. Una vez, vino a constelaciones, un hombre que, buscaba una persona que pudiera comprender la profundidad de sus intuiciones. En efecto, el hombre era un ser muy profundo e interesante. A medida que, fuimos trabajando, encontramos al niño maltratado, abusado y abandonado en una casa de vicio por sus padres. Al respecto, escribe Anselm Grün: “La persona que no ha logrado sanar un dolor profundo busca los maestros de espiritualidad más famosos, pues sólo con ellos podrá hablar sobre sus profundas experiencias espirituales. Para ellos, la gente normal, no puede entenderlos”. Aquello que puede considerarse narcisismo, no es más que el camino, que el alma construye para poder sobrevivir. El dolor puede abarcarnos de tal forma que, al perder el contacto con el verdadero yo, no queda otro camino que vivir preocupados por nosotros mismos. Anselm Grün escribe: “Existe un amor propio bueno, pero también uno patológico. El amor propio sano lleva a que me olvide de mí. Y olvidarse de uno mismo es el objetivo de la contemplación, de la auténtica espiritualidad. Mientras me olvido de mí, estoy totalmente presente. Sin embargo, la persona aferrada al dolor, centrada en sí misma, con conductas narcisistas no puede olvidarse de sí misma. Siempre da vueltas en torno a ella”. Estas personas saben, en su inconsciente, que no deben llevar su atención a otro lugar, porque pueden ser asaltadas por el dolor que han intentado evadir. El amor propio patológico se expresa en excesivo egocentrismo. La tentación de grandiosidad es curada por la espiritualidad, por el encuentro con Jesús, algo que ocurre a su debido tiempo. La herida que llevamos en el corazón nos hace huir hacia las ideas de grandeza que, la mayoría de las veces, es proyectada en la espiritualidad. Una de las formas que la proyección adquiere está presente en la imagen de ser los preferidos por Dios. En una ocasión, alguien comenta: “Dios me ama tanto que, basta con que le diga lo que quiero para tenerlo de inmediato”. Hay un momento, en el camino de todos; especialmente, de los que se creen los consentidos de Dios, donde a través de la debilidad y vulnerabilidad, se comienza a experimentar que, el amor de Dios transforma nuestras heridas y vulnerabilidad en compasión. Entonces, dejamos de coquetearle a Dios para ponernos a su servicio amando generosamente en el servicio. Mi corazón busca sentido para mi vida; mi corazón te busca a Ti, Dios mío, y tiene sed y tiene hambre y tiene ganas de ti, como la cierva que busca el agua; o el niño hambriento, el pan. ¡Cómo lo siento, Señor! mi corazón tiene sed de ti; mi corazón busca en ti a Alguien que llene su existencia. Te busca con pasión y con fuerza, Oh Dios vivo, Dios de la vida, y me pregunto a cada paso ¿Cuándo veré tu rostro, tu faz, Oh Dios? En mi camino muchas veces no te he buscado y me he perdido. Mi pecado, mi desorden, mi egoísmo y mi orgullo cegaron las búsqueda. Mis limitaciones se convirtieron en lágrimas que mojaron mi pan, y al comerlo, me preguntaba de nuevo: ¿Dónde está tu Dios? (Adaptación del Salmo 42)Francisco Carmona
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