En Constelaciones familiares, hablamos del trastorno de narrativa, como aquellos libretos que construimos con nuestras experiencias para explicar o justificar, en cierta medida, el personaje que nos compramos dentro del sistema familiar. Diana París, psicoanalista, nombra los personajes que nos compramos dentro del sistema familiar. Dentro de estos personajes encontramos a la salvadora a tiempo completo, al guerrero siempre listo, al protector incansable, al patito feo, a la cenicienta, a Robin Hood. También encontramos al vengador anónimo, a Batman, a la Juana de Arco. A veces, nos sale la madre o padre espontáneo, a la maestra que quiere enseñar, al religioso siempre dispuesto a condenar. Incluso, a través de la enfermedad podemos estar realizando un personaje para el servicio del sistema familiar. Cuando el personaje que nos compramos sale a la escena trae consigo una buena cantidad de problemas. A constelaciones, vino un hombre agobiado por las dificultades con sus hijos. El hombre nació en un contexto de mucha pobreza. Para este hombre, lo más importante en la vida es, que sus hijos estén bien, impecables, tengan una buena formación académica y se relacionen con personas con las que puedan asegurarse un buen futuro económico. Ahora, que los hijos están adultos, el padre esta angustiado porque prefieren gastarse el dinero viajando y en restaurantes, en lugar de ahorrar para un apartamento. En la última semana; los hijos comunicaron al padre que estaban cansados de tanto control e intromisión en sus vidas. El padre estaba ofendido. No comprendía porque, sí hacia tanto por sus hijos; ahora, le hablaban de ese modo. El padre ayudador y controlador, no soporta que le digan: ¡por favor, déjanos ser!
La gente de Turquestán es famosa por su generosidad, el respeto que se tienen a sí mismos, y su afición a los caballos. Cierto turquestano, llamado Anwar Beg, poseía un hermoso caballo, ágil y de garantizado pedigrí. Todos lo codiciaban, pero él se negaba a venderlo, por alto que fuera el precio que le ofrecieran. Reiteradamente, un amigo suyo, tratante de caballos, llamado Yakub, le visitaba con la esperanza de conseguir que se lo vendiera. Pero él declinaba siempre aceptar sus ofertas. Un día, habiendo oído decir que Anwar atravesaba una época difícil y que disponía de muy escasos medios, Yakub se dijo: Esta es mi oportunidad. Iré a verle una vez más y en esta ocasión, estoy seguro de que se desprenderá del caballo, porque es tan valioso que, con su venta, recuperará su buena posición económica. Y no perdió tiempo. Entró en su casa. Como era de costumbre en el país, Anwar dio la bienvenida a Yakub y, antes de ocuparse de los negocios, tuvo que dar a su visitante muestras de hospitalidad como dueño de la casa. Le sirvió una suculenta comida, y la compartieron con verdadero deleite. Cuando, por fin, Yakub pudo hablar del objeto de su visita, el paupérrimo Anwar respondió: Ya no es posible que mantengamos discusión sobre el negocio de la venta del caballo. Lo primero es la hospitalidad. Y puesto que me visitaste en mi pobreza y mi obligación era agasajarte, sabe que tuvimos que matar al caballo para obtener alimento, y de esta manera, resolver mis deberes como anfitrión La narrativa siempre ha sido parte de la vida psíquica del ser humano. Hace un tiempo, las narrativas ayudaban a despertar la consciencia y ayudaban al ser humano a redescubrir su ser, a sintonizar con aquellas cuestiones de la vida que parecían difíciles de aceptar. Hoy, las narrativas se utilizan para confundir al ser y, en algunos casos, para manipular. Lo que antes daba sentido a la vida y generaba en el ser la sensación de estar en casa; ahora, lo hace sentir lejos, confundido y, sin saber como conectar con lo esencial, lo profundo y lo verdadero de la vida. Las narrativas se utilizan actualmente para generar expectativas y hacer que el ser humano termine convencido de que sigue la verdad, cuando en realidad, está siendo manipulado. Hace un tiempo, las narrativas eran vinculantes. A través de ellas, lográbamos asentir el ser. Hoy, las narrativas perdieron el carácter de vinculantes y, en lugar de ayudarnos a asentir la vida como es, nos llenan de expectativas, nos hacen creer que estamos inmersos en un mundo donde todas las posibilidades están a nuestro favor. En el mundo que las narrativas crean, no existe el dolor, la negatividad, el límite. Según las narrativas actuales, el universo siempre confabula a favor nuestro y, siempre, lo hace en sentido positivo. La adversidad se niega porque se considera que no puede hacer parte de la vida. Si hay obstáculos es porque aún no hemos empleado todo nuestro potencial. Se ignora que el desorden afectivo no nos deja fluir y, sobretodo, que el caos precede al orden y, a veces, es necesario para que podamos ir en la dirección que nos conecta con la vida. El caos es necesario, cuando la arrogancia nos desborda, para poder ir caminando humildes por la vida. Hay narraciones que nos salvan de la contingencia. Entendemos por contingencia la inquietud que guarda cada ser humano sobre el sentido de la vida. La narrativa cristina, por ejemplo, nos dice que podemos encontrar el sentido de la vida y de las dificultades que ella entraña en Cristo, en Dios. Otras narrativas no logran aportar la claridad suficiente ante las cuestiones esenciales para el alma humana. Una narrativa que, en lugar de sentido, aporta confusión, termina llevando a las personas que participan de ella, a un sin sentido que puede terminar provocando el deseo de abandonar la existencia a través del suicidio. Sin conexión con el Misterio, con lo Trascendente, el alma fácilmente termina desorientada y sin saber dónde encontrar un lugar seguro cuando las situaciones límites de la existencia la tocan, la hieren y la conmueven. Byung señala que la narrativa cristiana hace que cada día tenga sentido y cada época del año este rodeada por el Misterio. En la era pos-cristiana, cada día está vacío y cada época del año despojada de su relación con el Misterio. Esta era no aporta elementos para que el ser humano viva en conexión con las realidades últimas de la existencia desde un lugar diferente al trabajo, la producción, el afán de libertad y el consumo. Todo acontecimiento, en lugar de estar conectado con el misterio de la vida, está rodeado de la excusa para poder consumir, beber y desahogarse en el ruido, la adicción o el desenfreno. Donde no hay conexión con el Misterio, la vida queda a merced de la vanidad y el hastío. Hay narraciones capaces de transformar el mundo. También hay narraciones que enferman. La verdad de una narración se conoce por su capacidad de hacer que el ser humano se interrogue honestamente sobre sí mismo, tenga una mayor consciencia de su lugar en el mundo y decida hacer algo en beneficio propio y de quienes le rodean. Una narración que no tienda puentes de reconciliación es una narración al servicio del egoísmo. Para Byung, hoy existen una cantidad de microrrelatos incapaces de generar una gravitación entorno a ellos, sin pretensión alguna de revelar la verdad sobre la existencia humana pero, capaces de distorsionar la realidad y generar histeria en quienes logran identificarse con ellos. Una narrativa autentica produce sentido e identidad. Te sentirás solo, sin testigos. Te encontrarás aislado, sin puentes. Te abrumará el silencio, sin palabras. Te dolerá el olvido, sin aplausos. Te inquietará la duda, sin respuestas. Te pesará la carga, sin ayudas. Te asustará el compromiso, sin seguridades. Te verás desnudo, sin mentiras. Y Yo seré tu testigo, tu puente y tu palabra. Yo seré tu aplauso, tu respuesta y tu apoyo. Yo seré tu refugio, amaré tu desnudez y te ensenaré a vivir de verdad (Rezandovoy)Francisco Carmona
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