Hace poco vivía un hombre llamado Heishiro. Esculpió un Buda de piedra y lo colocó en medio de las montañas; al lado de una cascada. A continuación se sentó en el estanque al pie de la cascada, y descubrió un sinfín de burbujas en la corriente. Algunas de ellas reventaban poco después de llegar al estanque y otras tan sólo desaparecían después de flotar durante unos cuantos metros más. Al mirarlas, y conforme a su percepción, cayó en cuenta del carácter efímero de la vida. Conoció que todos los fenómenos, ya fueran buenos o malos, son tan sólo como burbujas en la superficie del agua. La fuerte impresión que le causó el caer en la cuenta de este hecho hizo que sintiera lo fútil que resulta vivir la vida sin más, desconociendo el secreto de la existencia. Víctor Frankl cuenta la siguiente experiencia: “…una mañana trágica. Los presos eran conducidos en pelotón a los campos de trabajo forzado. El viento cortaba el aliento y los presos caminaban en silencio. De repente, a Frankl le asaltó el pensamiento de su esposa; no un pensamiento frío, sino como una visión imaginaria de su figura, su sonrisa, su rostro y hasta el tono de su voz. A Frankl se le llenó el alma de dulzura y olvidó las circunstancias horribles de su caso. En ese momento, nos dice él: un pensamiento me traspasó: por primera vez en mi vida vi la verdad cantada por los poetas y proclamada por los pensadores como la última sabiduría; la verdad de que el amor es la última y más elevada meta a la que puede aspirar el hombre. Entonces comprendí el significado de ese gran secreto que poesía, reflexión y fe han querido revelarnos: la salvación del hombre viene con el amor y por el amor. Entendí entonces cómo un hombre, aun privado de todo en este mundo, puede, contemplando a su amada, entrever, siquiera por un momento, un atisbo de la gloria. En situación de total desposeimiento, cuando el hombre no puede expresarse en acción alguna positiva, cuando su única salida es enfrentar honradamente el sufrimiento, aun en ese caso, el hombre puede alcanzar la plenitud a través de la contemplación de la persona amada. Por primera vez en mi vida fui capaz de entender el significado de estas palabras: los ángeles se pierden en la contemplación perpetua de la gloria infinita”.
San Juan de la Cruz nos enseña que, cuando nos adentramos en el misterio de la contemplación y de la unión con Dios, algo que siempre es desconocido para el alma; especialmente, para aquella que hizo de la razón su mayor instrumento, el entendimiento se ilumina y grandes cosas se revelan para el corazón; entre ellas que, todo conocimiento alcanza su plenitud cuando se abre a lo trascendente. Según este santo, mientras más nos adentramos en el misterio de la contemplación, en la consciencia de unidad, la nube oscura del no saber va cediendo su paso al amor que, en realidad, es el único conocimiento verdadero. Cuando las cosas son conocidas desde el amor; el intelecto y la razón son liberados de sus engaños y la verdad comienza a iluminar nuestras sombras. El amor es la fuerza que trasciende todo el conocimiento que podemos llegar a alcanzar. Un monje del siglo IV llamado Dionisio, citado por Jäger, escribe: “El primer origen de todo no es ser ni vida. Pues fue Él quien creó ser y vida. El primer origen tampoco es concepto o razón. Pues fue Él quien creó concepto y razón. El primer origen tampoco está en ningún lugar determinado, ni en un sitio en el espacio, ni tampoco en uno del pensamiento. Pues todo lugar no es más que criatura. Nada en este mundo es el primer origen. Pues todo en este mundo está creado por Él. Y, sin embargo, de ninguna manera carece de poder: pues es Él quien lo creó todo, todo lo existente, lo llamo a ser. Y para la creación, la llamada a ser, hace falta poder para que algo realmente pueda ser creado. Y, sin embargo, este primer origen tampoco es poder. Pues fue Él quien creó ese poder”. ¿Existe algo en nosotros, que no provenga del Primer Origen, de Dios? La vida resulta difícil y dolorosa cuando intentamos pensarla separada de Dios. Con todo respeto lo digo, me resulta difícil comprender la vida sin relación con Dios. De hecho, veo la transformación que experimentan muchos que, se han mantenido al margen de la experiencia religiosa o espiritual, cuando venciendo los prejuicios, se entregan con generosidad a una experiencia donde Dios está puesto en el centro. La experiencia humana auténtica es de unidad. El muñeco de sal, después de su travesía, cuando se sumergió en el mar pudo decir: ¡el mar soy Yo! alcanzamos el verdadero y auténtico conocimiento sobre nosotros mismos cuando vencemos el miedo y nos sumergimos en la fuente misma del amor. Solo la ola experimenta, como dice Jäger, lo que realmente es el mar. El entendimiento se limita cada vez que, ponemos una frontera entre el Yo y lo que éste, por más que se esfuerce, no logra comprender. La verdad es la que ilumina nuestras sombras y nos libera de los engaños que teje nuestra mente. La apertura de la mente depende, en gran medida, de la apertura del corazón. Un corazón lastimado condiciona, a causa de su dolor, la percepción que podemos tener de la vida, de nosotros mismos y de Dios. El dolor, sin lugar a duda, es la mayor fuente de deformación de la realidad, de la relación con Dios y con todo lo demás. Todos los pensamientos que la mente alberga, estuvieron primero en el corazón, que fue donde se engendraron. La gran mayoría de las personas viven como si nunca fueran a morir. A muchos, no les importa lo que suceda a su alrededor y, mucho menos, el sufrimiento de quienes conviven o están a su alrededor, creen que el mundo gira alrededor y entorno a ellos. Esa actitud dura hasta que la muerte o la calamidad toca sus puertas. Desperdiciamos la vida y, cuando la muerte toca la puerta de nuestra existencia, empezamos a regatear con ella por un poco más de tiempo. Vivimos como si nada hasta el día que tropezamos con una crítica o algo que va en contra de nuestros intereses. En esas circunstancias, el Ego crea un drama, empezamos a sentirnos los más justos y las mayores víctimas de la vida a la que, comenzamos a considerar injusta. Es curioso ver al que ha engañado, robado, maltratado y menospreciado a los demás preguntarse, sin ningún rubor, ¿por qué me pasan a mí estas cosas? Como Frankl también nosotros estamos invitados a experimentar la Gloria infinita no sólo por la contemplación silenciosa de la persona amada sino porque nos atrevemos a abrir el corazón a la Realidad que lo abarca todo, lo llena todo, lo trasciende todo. La vida tiene sentido cuando encontramos aquello que le da profundidad a nuestra existencia convirtiéndola en una experiencia valiosa. Alcanzamos la salvación cuando nos liberamos de aquello que nos esclaviza, nos mantiene en la dualidad e impide entrar en el instante donde experimentamos que somos Uno con nosotros y con Dios. Ese cielo que andamos buscando está dentro de nosotros cuando entrando en nosotros mismos, permitimos que su amor nos transforme, al igual que el fuego al leño. La paz sin tormenta, la pasión sin Pasión, la encarnación sin carne, el amor sin historia, la risa sin alma…mentiras. El desprecio en Tu Nombre, la virtud arrojadiza, la justicia inhumana, la palabra sin misericordia, la promesa sin lazo, la renuncia sin nostalgia…mentiras. El amor sin zozobra, la pregunta sin riesgo, la fe sin duda, la seguridad sin resquicios, lo que siempre ha sido así …más mentiras. Pero tu Verdad ilumina nuestras sombras, desmonta nuestros engaños (José María R. Olaizola, sj) Francisco Javier Carmona
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