El corazón desfigurado por el dolor es transformado por el amor. Para comprender lo anterior, es necesario que, dispongamos el corazón para comprender que Dios en la encarnación de su Hijo unió lo que nosotros mantenemos escindido. Mientras el corazón esté embotado, difícilmente, ve y comprende que la realidad es mucho más de lo que en su corazón anhela que sea. Con frecuencia, más de lo que desearía, encuentro personas que abandonan la fe en Dios porque sienten que, al morir un ser querido, fracasar en un proyecto o ver cómo la realidad es diferente a lo que habían proyectado, fueron abandonados. La muralla que ponemos entre Dios y nosotros; en realidad, sólo nos afecta a nosotros y a nuestras imágenes infantiles de Dios. Lo que sucede, siempre confronta la imagen que tenemos de nosotros mismos, de Dios y, de la vida en general. Un científico, que vivía preocupado con los problemas del mundo, estaba resuelto a encontrar los medios para aminorarlos. Pasaba sus días en su laboratorio en busca de respuesta para sus dudas. Cierto día, su hijo de seis años invadió su santuario, decidido a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, le pidió al niño que fuese a jugar a otro lado. Viendo que era imposible sacarlo, el padre pensó en algo que pudiera entretenerlo. De repente se encontró con una revista, en donde había un mapa con el mundo, justo lo que precisaba. Con unas tijeras, recortó el mapa en varios pedazos y junto con un rollo de cinta, se lo entregó a su hijo diciendo: Como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto para que lo repares sin la ayuda de nadie. Entonces calculó que al pequeño le llevaría 10 días componer el mapa, pero no fue así. Pasadas algunas horas, escuchó la voz del niño que lo llamaba calmadamente: Papá, papá, ya hice todo, conseguí terminarlo. Al principio el padre no creyó en el niño. Pensó que sería imposible que, a su edad, hubiera conseguido componer un mapa que jamás había visto antes. Desconfiado, el científico levantó la vista de sus anotaciones, con la certeza de que vería el trabajo digno de un niño. Para su sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en sus debidos lugares. ¿Cómo era posible?¿Cómo el niño había sido capaz? Hijito, tu no sabías cómo era el mundo, cómo lo lograste? Papá, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo, vi que del otro lado estaba la figura del hombre. Así, que di vuelta a los recortes, y comencé a recomponer al hombre, que sí sabía cómo era. Cuando conseguí arreglar al hombre, di vuelta a la hoja y vi que había arreglado al mundo.
En evangelista Mateo recuerda que, los seres humanos, en muchas ocasiones, no vemos ni comprendemos la realidad porque el corazón está embotado. Este hecho, ya había sido señalado por el profeta Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. Dios, por medio de su encarnación, une lo que, en la cotidianidad el ser humano cree que está separado. Jesús fue engendrado, sintió hambre y frío, experimentó la amenaza de la muerte, sintió miedo y angustia, supo del dolor, la desilusión y la traición, fue maldecido, torturado y asesinado. También gozo de la alegría que produce ver los campos llenos de trigo, se alegró con los lirios y los pájaros del campo, celebro y festejo la vida acompañando las bodas y celebraciones de sus amigos. Con su resurrección, Jesús reveló que nada está separado, todo hace parte de una unidad que necesita ser trasformada en Dios. Jesús restauró la imagen divina en nosotros. Por su amor, somos semejantes a Él. Invita a qué le digamos sí a la vida, qué decidamos vivir unidos a Él porque es la única forma de transformarnos. Cuando vivimos la vida desde la disociación, es más fácil que el vacío entre en nuestra alma, la colme y nos haga exclamar llenos de angustia: ¡No te importa que nuestra vida esté en peligro! Llegar a este momento, revela que hemos estado más centrados en nosotros mismos que, en la vida misma. Cuando estamos conectados con Jesús, nuestro corazón recuerda sus palabras: “¿Por qué tienen miedo?, ¡hombres de poca fe”! La unión de Jesús con Dios hace posible que, el viento y lluvia dejen de ser una amenaza para la vida. Acaso, San Pablo no nos recuerda que, en toda dificultad podemos vencer, porque sabemos que Dios nos ama. Dolores Aleixandre escribe: “ Hemos dado tanta importancia a la actividad de la mente, a la voluntad y a la inteligencia que nos hemos olvidado del papel de los sentidos a la hora de creer. San Ignacio era gran experto en el tema de la sensibilidad y Adolfo Chércoles sj comenta: Accedemos a la realidad condicionados, no neutrales, porque nuestra sensibilidad no lo es. Es ahí, en el mundo de los sentidos, donde nos lo jugamos todo, no en las intenciones ni en la voluntad, ni en los deseos. La Biblia da claramente la razón a esta argumentación y por eso Isaías reprochaba a los de su tiempo su corazón embotado y que viendo no ven y oyendo no oyen (Is 6, 7). Por eso, cuando Juan dice: Lo que nuestras manos tocaron del Verbo de la vida, lo que nuestros ojos vieron y lo que nuestros oídos escucharon... (1Jn 1, 1), está haciendo protagonista del encuentro con el Señor a la sensibilidad, a las posibilidades de nuestra corporalidad, tan descuidadas y olvidadas”. Dice un sabio: “Hasta que no vacíes tu alma de todo aquello que te atormente…No podrás llenarla de todo aquello que te hará feliz”. Donde hay temor, el amor se concibe como algo imperfecto. Los que temen a Dios, lo apartan de su vida, aún tienen mucho que aprender sobre Dios, sobre sí mismos y, lógicamente, sobre el Amor. El amor cuando es reconocido como algo perfecto, aleja el temor y consuela el corazón. Para lograrlo, necesitamos ser honestos con nosotros; pues, la honestidad es la primera línea del camino que conduce a la sabiduría. En lo escondido del corazón, están silenciadas, pero muy activas, las imágenes de lo que no logramos integrar y asumir como parte de nuestra vida. El hombre está mirando el teléfono celular, en el momento, que lo va a dejar a un lado, entra la mujer y observa lo que pasa. De inmediato, estalla en ira y reclamos. Para ella, el hombre está conversando con otras mujeres, concertando encuentros y alimentando la infidelidad. Lo que hace, que la mujer estallé como lo hizo, son las imágenes que lleva en su corazón, seguramente, de experiencias pasadas o sentimientos ocultos. Las imágenes o sentimientos sin reconocer se convierten en las fuerzas ocultas que dirigen nuestros pensamientos, reacciones, palabras y actos. Leemos la realidad según las imágenes que tenemos almacenadas en el corazón. Vale la pena considerar lo siguiente: es necesario entrar en el corazón y examinar lo que llevamos en él, porque de lo contrario, corremos el peligro de hacer lo que él no logró resolver, integrar, reconciliar y sanar con resultados que, en lugar de darnos paz, terminan enfermándonos y, creando una realidad sumamente dolorosa y difícil. Recordemos que, no logramos aceptar aquello, que aún no hemos logrado comprender. De igual forma, podemos decir que, no logramos comprender aquello que aún no nos hemos atrevido a aceptar y asentir. Evolucionamos en la medida que, dedicamos tiempo a examinar el corazón y a cultivar en él aquellas cosas que nos acercan a Dios, en lugar de nutrir lo que obstaculiza la capacidad de amar, comprender y acoger. La armonía llena todos los espacios de la vida cuando el corazón, en lugar de permanecer embotado, embriagado en la memoria de las cosas dolorosas que han sucedido, abre las puertas a la sensibilidad, a la compasión y al perdón hacia uno mismo. Lo sagrado se revela ante el corazón que, humildemente se inclina ante su propia debilidad y pobreza. Jesús compañero y amigo, haz de nosotros instrumentos de tu paz, donde hay odio, pongamos amor, donde hay ofensa, pongamos perdón, donde hay error, pongamos verdad, donde hay desesperación, pongamos esperanza, donde hay tinieblas, pongamos tu luz, donde hay tristeza, pongamos alegría, donde hay egoísmo, pongamos generosidad. Que no busquemos tanto ser consolados como consolar, ser comprendidos como comprender, ser amados como amar, ser ayudados como ayudar. Porque dando se recibe, olvidando se encuentra, perdonando se es perdonado, muriendo se resucita a la vida eterna (Francisco de Asís) Francisco Carmona
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