En ocasiones, siento dificultad para reconocer a Dios. Hay momentos de la vida; sobre todo, en determinadas circunstancias, donde imaginar, sentir y hablar de Dios resulta sumamente difícil. ¿Cómo saber qué aquellas palabras que se dicen de Dios son auténticas y no esconden temores, malformaciones, excusas o temores propios? La palabra que decimos sobre Dios está relacionada con la estructura psicológica y mental de cada uno. Además, en el corazón pesan las enseñanzas que recibimos en la infancia. Nuestro sentimiento religioso no siempre goza de buena salud. Lo que alberga nuestro corazón no corresponde siempre con la verdad. La expresión del Evangelio: “El Reino de Dios está dentro de ustedes” también nos dice que, el Reino de Dios es una imagen del corazón. En una tierra en guerra, había un rey que causaba espanto. Siempre que hacía prisioneros, no los mataba, los llevaba a una sala donde había un grupo de arqueros de un lado y una inmensa puerta de hierro del otro, sobre la cual se veían grabadas figuras de calaveras cubiertas de sangre. En esta sala el rey les hacía formar un círculo y les decía entonces: Ustedes pueden elegir entre morir atravesados por las flechas de mis arqueros o pasar por esa puerta misteriosa. Todos elegían ser muertos por los arqueros. Al terminar la guerra, un soldado que por mucho tiempo sirvió al rey se dirigió al soberano y le dijo: Señor, ¿puedo hacerle una pregunta? y le responde el rey: Dime soldado ¿Qué había detrás de la horrorosa puerta? Ve y mira tú mismo.- respondió el rey. El soldado entonces, abrió temerosamente la puerta y, a medida que lo hacía, rayos de sol entraron y aclararon el ambiente. Descubrió sorprendido que la puerta se abrió sobre un camino que conducía a la libertad. El rey explicaba al soldado: Yo daba a ellos la elección, pero preferían morir que arriesgarse a abrir esta puerta. Añadió el Maestro: ¿Cuántas puertas dejamos de abrir por el miedo de arriesgarnos? ¿Cuántas veces perdemos la libertad y morimos por dentro, solamente por sentir miedo de abrir la puerta de nuestros sueños?
Inés Ordoñez escribe: “Imaginar a Dios es un recurso de la mente y es también una forma de oración. La imaginación nos va conduciendo a un punto donde dejamos de imaginar, pensar y hablar para entrar en un espacio donde quedamos suspendidos en la fe y la esperanza, solo amando… No tiene que pasar nada más que lo que ya está pasando: estamos en Dios y con Dios, en un solo acto de amor”. Cada vez siento que, sin orden en el mundo interior, hablar de Dios resulta no sólo difícil sino también peligroso, podemos decir cosas sobre Dios que no son más que proyecciones de heridas, ilusiones y deseos infantiles. El caos distorsiona la realidad, la percepción, la sensibilidad y las palabras con las que pintamos el universo que llevamos dentro. Dios es el espejo donde descubrimos la realidad que alberga el corazón. Cuando vamos a la oración no sólo nos encontramos con Dios también nos encontramos con nuestra pobre realidad, la que necesita ser amada y transformada. Las imágenes del corazón se van transformando, poco a poco, y en la medida en que, la relación con Dios va ganado en autenticidad. Escribe un autor: “En la oración estoy frente al espejo donde mi corazón puede verse a sí mismo. Ya sé lo que veo. Lo de todos los días. Manías, deseos, motivos. Recuerdos, esperanzas. Complejos. Éxitos y fracasos. Vanidad. O autocrítica. Heridas. Ausencias. Buenos y malos momentos. Me pienso con las ideas de siempre. Conozco bien mis palabras. Sé cuáles son sinceras y cuáles no. Sé lo que me gusta de mí y lo que me enerva. En el mapa de mi vida destacan con fuerza unos nombres, y otro se me pasan desapercibidos… si me miro con mis ojos. Si me miro con mis ojos sigo girando, eternamente en torno a mí mismo. (Yo, me, mí, conmigo…). En cambio, cuando me veo con tus ojos, descubro la ternura. De algún modo, también Dios es como un espejo que hay que aprender a mirar, porque nos muestra lo mejor del ser humano. No es como el espejo de la pared, que solo me muestra lo externo, el rostro, el semblante, la expresión, el cuerpo… Si miro bien, en la mirada de Dios descubro quién soy. ¡Pero, no es fácil aprender a verme con Tu ternura!” Hay realidades que, aunque no pueden probarse ni demostrarse como lo pretende la ciencia tampoco pueden negarse físicamente. La experiencia religiosa y sus expresiones no son comprobables. Si lo fueran, Dios entraría en el campo de las ciencias naturales y, éstas podrían fácilmente negarlo, porque todo lo que entra en campo de la comprobación científica, puede ser afirmado o negado igualmente. La psicología profunda enseña que el alma es un factor autónomo. También que, las afirmaciones religiosas son conocimientos anímicos. Es decir que, su fundamento está en los procesos inconscientes y trascendentes tanto del alma como del corazón. De ahí que, lo que nosotros decimos de Dios está ligado a nuestra experiencia de vida. Cuando hablamos de Dios también hablamos de lo que significa vivir, amar y servir para nosotros. En la psicología, Dios sólo puede ser experimentado en el alma. Esa experiencia desencadena procesos psíquicos que van a estar ligados a la historia personal de quien tiene la experiencia. Según la psicología profunda, la psique es el espacio donde la manifestación de lo divino ocurre. Una vez que, el ser humano se abre a la experiencia de Dios, su psique necesariamente entra en un proceso que puede derivar en un despertar de consciencia o en un aferrarse al temor y estupor que la experiencia puede llegar a suscitar. Desde la Fe, sólo un corazón dispuesto puede acoger a Dios que se revela comunicando siempre su amor. De ahí que, un corazón endurecido, que sólo busca su propio interés, difícilmente, acepta a Dios y lo acoge. Julio Glockner escribe: “Empíricamente se puede confirmar con probabilidad suficiente que en el inconsciente aparece un arquetipo de la totalidad, el cual se manifiesta espontáneamente en sueños, etcétera, y que existe una tendencia, independiente de la voluntad, a referir los otros arquetipos a este arquetipo central. Por ello, parece probable que el arquetipo de la totalidad ocupe por sí mismo una cierta posición central, que le aproxima a la imagen de Dios. La semejanza es confirmada de manera especial por el hecho de que este arquetipo produce símbolos que han caracterizado y simbolizado ya desde siempre a la divinidad. Este hecho permite cierta restricción en la afirmación anterior acerca de la no diferenciabilidad del concepto de Dios y del inconsciente: la imagen de Dios coincide, exactamente hablando no con el inconsciente en cuanto tal, sino con un contenido especial de éste, con el arquetipo del Sí Mismo. Pero este arquetipo ya no puede distinguirse empíricamente de la imagen de Dios”. Cuando tenemos una experiencia auténtica de Dios también tenemos una experiencia auténtica de nuestra verdadera identidad. La forma más adulta de relacionarnos con Dios consiste, en disponer el corazón para que, ante cualquier circunstancia de la vida, podamos decir confiadamente: ¡Hágase tu voluntad! El corazón que deja de pedir a Dios que se cumplan sus deseos y se realicen sus sueños y proyectos comienza a tener una consciencia diferente de sí mismo y de Dios. Aquello que imaginamos de Dios queda grabado en el corazón y se convierte, la mayoría de las veces, en el filtro a partir del cual vemos a Dios y nos vemos a nosotros mismos relacionándonos con Él. La tarea del corazón es aprender a ver con los ojos del corazón, a vivir según la sabiduría que brota de la fe que hay en el corazón y, sobre todo, aprender a sentir que Dios está presente, unido, identificado con todo lo nuestro, iluminando nuestras zonas oscuras, actuando con su amor y, de manera especial, inspirándonos a que hagamos con los demás, lo mismo que Él hace con nosotros. Nunca dejes que creamos que ya sabemos cuánto nos has amado, cuánto nos amas y cuánto amor podemos intuir que nos queda por recibir de Ti (Fran Delgado sj) Francisco Carmona
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