Uno de los anhelos más profundos del ser humano consiste en vivir libremente. Para la psicología existencialista, la libertad consiste en la capacidad de moldear la propia vida en dirección a ser uno mismo. El éxito y el fracaso de la vida, según esta corriente, está determinado por la capacidad de superar los prejuicios, la angustia y la incapacidad para desarrollar nuestra creatividad. Para Rollo May, el ser humano ejerce la libertad comprometiéndose con su destino; es decir, entregándose a la tarea de conocerse profundamente. Lo anterior, nos permite afirmar que, sin vida interior, el ser humano no sabe qué dirección tomar ni cuál es el sentido y propósito de su existencia. El signo más evidente de la desconexión con nosotros mismos es la angustia que, se manifiesta en el afán de hacer rendir el tiempo, en la prisa con la que vivimos y nos relacionamos. Al respecto, dice Rollo May: “Es un hábito irónico de los humanos, correr más rápido cuando han perdido el camino”. Para Lucas, todo lo que acontece en la vida humana es obra de la acción del Espíritu Santo. Según este autor, la salvación de Dios nos llega por obra del Espíritu Santo. Jesús es el portador del Espíritu. Él es su guía, su fuerza, su fortaleza e inspiración. Nada en la vida de Jesús está por fuera de la acción del Espíritu Santo. Los caminos se abren para el ser humano cuando se abre a la acción del Espíritu Santo y, se cierran para quien no lo desea escuchar ni tener como guía. Con la guía del Espíritu Santo, el ser humano descubre su vocación, su destino. Por la acción del Espíritu Santo logramos sanar las heridas de nuestro corazón y, de esta forma, evitar que el mal las convierta en sus instrumentos para propagarse. El Espíritu Santo nos descubre las verdades más profundas de la existencia humana, entre ellas, aquella que nos advierten que, sin la renuncia a nuestro afán de ser alguien en la vida, difícilmente, podemos experimentar la plenitud.
Nasrudín pasó el otoño entero sembrando y preparando su jardín. Las flores se abrieron en primavera pero Nasrudín observó que algunos dientes de león que él no había plantado estaban en algunos lugares del jardín. Los arrancó, pero las semillas ya se habían esparcido y volvieron a crecer. Trató entonces de encontrar un veneno que afectara al diente de león. Un técnico le dijo que cualquier veneno terminaría matando también a las otras flores. Desesperado pidió ayuda a un jardinero especialista que le dijo: Igual que en el casamiento junto con las cosas buenas, terminan viniendo algunos inconvenientes ¿Qué hago? - insistió Nasrudín. Nada, aunque sean flores que tú no pensabas tener ya forman parte del jardín. Thomas Merton escribe: “En el centro de nuestro ser hay un punto de luz que no ha sido tocado por el pecado ni por la falacia, un punto de pura verdad, un punto o chispa que pertenece por entero a Dios, que nunca está a nuestra disposición, desde el cual Dios dispone de nuestras vidas, y que es inaccesible a las fantasías de nuestra mente y a las brutalidades de nuestra voluntad. Ese puntito de nada y de absoluta pobreza es la pura gloria de Dios en nosotros. Es como un diamante puro, fulgurando con la invisible luz del cielo. Está en todos, y si pudiéramos verlo, veríamos esos miles de millones de puntos de luz reuniéndose en el aspecto y fulgor del sol que desvanecería por completo toda la tiniebla y toda la crueldad de la vida…” Lucas nos recuerda que, mientras permanezcamos aferrados a lo que nos aleja de Dios, el Espíritu Santo tendrá cerradas las puertas de nuestro interior para poder realizar su tarea en nosotros. La oración, el cuidado de la vida interior, es el camino que nos permite dejar que el Espíritu Santo actúe en nosotros y a través nuestro. Es fácil suponer que, cuando el Arcángel Gabriel entra a la habitación donde esta María, ella está en oración. Quien va de un lado para otro, revisando el plan de tareas de su jornada, agobiado por los resultados de sus actuaciones, difícilmente, logrará conectar con el Espíritu Santo y con su centro vital. A través de la oración accedemos a ese lugar escondido en nuestra alma donde el mal y el dolor no llegan porque es un espacio reservado única y exclusivamente para Dios. Cuando el Espíritu Santo llega a ese lugar hace que, brote como si se tratara de una Fuente toda nuestra capacidad de amar, de sanar, de entrega. Lucas nos anima a orar sin desfallecer para que la acción del Espíritu Santo en nuestra vida sea posible. Habitualmente, cuando entramos en el espacio sagrado de la oración, todo lo que ocupa nuestra mente y nuestro corazón; del mismo modo, lo que hiere y lástima profundamente nuestra alma, se desvanece. Lucas nos dice que, cuando nos ponemos de frente a Dios, cuando desnudamos nuestro corazón y las intenciones que en él se albergan, Dios transforma todo, le da una nueva forma, más en consonancia con nuestro ser y con su amor que es compasivo y misericordioso. De un corazón vuelto hacia Dios brota la gratitud, la bendición, la aceptación y la rendición. En cambio, un corazón de espaldas a Dios humilla, se engríe y, cada vez que puede, lastima al otro. La vida se sostiene y alimenta en la oración, Cuando se abandona la oración, con cualquier excusa o pretexto, se está haciendo a un lado la vida interior y, sin vida interior, tampoco hay comunión con Cristo. La oración, el cuidado de la vida interior, nos enseñan que “hay algo más grande, digno y esperanzador que lo que estamos viviendo, que nuestra vida puede cambiar desde la raíz. El árbol es la evidencia de aquello que la raíz esta tomando del suelo en el que está plantado. Cualquier sentimiento no da vida; tampoco cualquier práctica espiritual o religiosa. Si no nos abrimos al misterio de Dios, nuestra vida corre el riesgo de convertirse, como dicen en la calle, en un “sartal de mentiras y de ilusiones”. Hoy, es más difícil reconocer la auténtica voz del Misterio, hay tantas ofertas, tanto ruido, tantas prácticas que, para quien vive desprevenido, todas parecen ser caminos que conducen a la plenitud. Muchas cosas que hoy se oyen, están cargadas de superficialidad, otras promocionan la trivialidad y, no faltan los discursos que esconden intereses ajenos a la consciencia profunda. La figura de Juan el Bautista es de suma importancia no sólo en el tiempo de adviento sino también en el camino espiritual. Juan nos recuerda que toda experiencia espiritual o religiosa tiene que reducirse a lo esencial. Lo que somos está al servicio de Algo más grande, somos portavoces, no somos el Dios esperado o anhelado, solo somos sus anunciadores. El que tiene vida interior ama más el silencio que el bullicio. Recordemos que, el silencio interior no es ausencia de sonidos o de ruidos. El silencio interior consiste en mantener la calma en medio de las dificultades y las circunstancias externas. El silencio viene del corazón, no del exterior. No significa no hablar, significa que nada nos perturba en el interior y nos descompone haciéndonos reaccionar airadamente. Juan nos enseña a revelar a Dios aprendiendo a vivir y a caminar en el desierto, llevando una vida sencilla y, de manera especial, entrañablemente humana. Juan nos advierte que, para que Cristo nazca en nosotros, primero debemos sumergirnos en las aguas profundas de los ríos que bañan nuestra vida y, salir de ahí, con el deseo y ánimo de no tener otro Dios y Señor que, Aquel que Cristo nos revela. Ayúdame, Dios mío, por tu bondad. Perdóname por lo que he hecho mal, tú sabes cómo soy. Yo sé que no miras lo que está mal, sino lo bueno que es posible. Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me das sabiduría. Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me dejes vagar lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu. Enséñame a vivir la alegría profunda de tu salvación, Hazme vibrar con espíritu generoso: entonces mi vida anunciará tu grandeza, enseñaré tus caminos a quienes están lejos, los pecadores volverán a ti. Hazme crecer, Dios, Dios, Salvador mío, y mi lengua cantará tu justicia. Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza. Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera ritos sólo por cumplir, no los querrías. Lo que te ofrezco es un espíritu frágil; un corazón quebrantado y pequeño, tú no lo desprecias. Señor, por tu bondad, favorece a tus hijos, haznos fuertes en tu presencia. Entonces te ofreceremos lo que somos, tenemos, vivimos y soñamos, y estarás contento (Adaptación del salmo 50)Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Visita los canales de podcast en la plataforma de spotify y reproduce todos los episodios.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|