Hoy, muchas personas prefieren los resultados antes que llevar una vida coherente consigo mismos. Para muchos, es más importante la imagen que, la verdad del corazón. Enrique Martínez Lozano escribe: “Sólo la comprensión profunda de lo que somos, aleja la pretensión egoica y mantiene viva la humildad en el corazón”. Las personas que no se conocen a sí mismas siempre están dudando de su propio valor o están presumiendo de algo que, en realidad, no o logran serlo a medias. Una persona que actúa en consonancia consigo mismo tiende más a la humildad que, a la presunción a la superioridad sobre los demás. Es curioso, muchos creen que el éxito son los logros que alcanzan y olvidan ser ellos mismos. Una mañana llegó a las puertas de la ciudad un mercader árabe y allí se encontró con un pordiosero medio muerto de hambre. Sintió pena por él y le socorrió dándole dos monedas de cobre. Horas más tarde, los dos hombres volvieron a coincidir cerca del mercado: ¿Qué has hecho con las monedas que te he dado?, preguntó el mercader. Con una de ellas me he comprado pan, para tener de qué vivir; con la otra me he comprado una rosa, para tener por qué vivir…
Thomas Merton en su libro “la experiencia sagrada” escribe: “La verdadera actitud sagrada hacia la vida no consiste en absoluto en huir de la sensación de vacío que nos invade cuando nos quedamos solos con nosotros mismos. Al contrario, hay que penetrar en esa oscuridad y vacío comprendiendo que la misericordia de Dios ha transformado nuestro vacío en su templo y con la certeza de que en nuestra oscuridad se oculta su luz". No es huyendo de nosotros mismos y del dolor como se resuelven las cosas. La vida se transforma, dicen las Constelaciones Familiares, cuando abandonamos el lugar que tomamos para sentir que somos parte del sistema y regresamos al que nos asignó el destino. No es resistiéndonos a ser, sino asintiendo, como progresamos saludablemente por la vida. Donde se pierde el contacto auténtico con el corazón, en la Constelación familiar, que tiene un carácter profundamente egoico, termina dirigiendo nuestra vida, nuestras decisiones, nuestros proyectos y, también nuestros fracasos. Nadie se conoce realmente a sí mismo y sabe lo que está llamado realmente a vivir, sino se atreve a caminar por el desierto, que comienza a transitar el alma cuando decidimos encarar la verdad sobre nosotros mismos y dejar de vivir para alimentar y sostener la máscara. Al respecto, escribe Charles de Foucauld: “Hay que atravesar el desierto y permanecer en él para acoger la gracia de Dios. Es aquí donde uno se vacía de sí mismo, donde uno echa de sí lo que no es de Dios y donde se vacía esta pequeña casa de nuestra alma para dejar todo el lugar para Dios solo”. Para ir al encuentro de uno mismo es necesario despojarse de sí mismo y darle el lugar central a la autenticidad y verdad sobre el ser que somos. Nadie se ilumina manteniendo las ilusiones y falsas expectativas sobre sí mismos y, sobre la vida. De nuevo, escribe Foucauld: “El Desierto es un tiempo de gracia, un período por el cual tiene que pasar todo el mundo que quiera dar fruto. Hace falta este silencio, este recogimiento, este olvido de todo lo creado, en medio del cual Dios establece su reino y forma en el alma el espíritu interior: la vida íntima con Dios, la conversión del alma con Dios en la fe, la esperanza y la caridad. Más tarde el alma dará frutos exactamente en la medida en que el hombre interior se haya ido formando en ella. Sólo se puede dar lo que uno tiene y es en la soledad, en esta vida sólo con Dios solo, en el recogimiento profundo del alma donde olvida todo para vivir únicamente en unión con Dios, y Dios se da todo entero a aquel que se da también sin reserva ¡Entrégate enteramente a Dios solo, y Él se dará todo entero a ti!” La coherencia consigo mismo tiene poco mercado. Muchas personas prefieren consumir experiencias que, en lugar de ayudarles a confrontarse con la vida, les venden la ilusión del conocimiento interno sin necesidad de combate, de soledad, de verse a sí mismos buscando pertenecer al sistema familiar desde un lugar diferente al que, asumieron desde pequeños. Para muchos, es mejor mantener la máscara que atreverse a mirar un rostro donde están las huellas de lo que se ha querido ocultar, reprimir, esconder o, simplemente, hacer creer que no existe. Nos dice Henry Nouwen: “El gran secreto de la vida espiritual, la vida de los hijos e hijas amados de Dios, es que todo lo que vivimos, sea alegría o tristeza, gozo o dolor, salud o enfermedad, forma parte del viaje hacia la plena realización de nuestra humanidad” Jesús nos enseña que para vivir bien la vida tiene que ser construida desde un lugar diferente al tener. Las posesiones nos dan tranquilidad y, si nos descuidamos, nos quitan la vida porque se vuelven el centro de nuestra existencia, en lugar de ser los medios que nos procuran bienestar. Cuando la vida depende de las cosas que tenemos, al acercarnos a la muerte, nos llenamos de angustia pensando en manos de quien quedará todo lo que acumulamos. Una buena forma de perder la vida es distrayéndonos en la posesión y acumulación de cosas que sólo alimentan el Ego, nutren el afán de gozar de una buena imagen y, nos hacen creer que, al lograr que la gente hable bien de nosotros, ya tenemos los suficiente para vivir satisfechos. La verdadera satisfacción tiene su origen en la buena relación con la vida. Que Dios enriquece el alma cuando entra en ella, es una certeza en la mística cristiana. ¿Cómo enriquece Dios la vida de quien lo acoge? Invitándola a dejar a una lado la codicia, el afán de estar por encima de los demás, sanado las heridas que nos atan, llamándonos a resolver nuestra constelación familiar, entregándonos generosamente a la realización de nuestro destino o vocación. Dios nos enriquece cuando nos ayuda a pasar de la angustia a la esperanza, del temor a la confianza, de la hipocresía a la verdad y de la necesidad de pertenecer a ser nosotros mismos. La relación con Dios aliena, es un opio para la consciencia, cuando está construida desde un lugar diferente al deseo de responder fiel, generosa y libremente a nuestra vocación, destino o identidad profunda. La verdadera riqueza es vivir para lo que amamos y realizar lo que somos en el amor. Todo lo demás, algún día, se esfumará. Creer de corazón y de palabra. Creer con la cabeza y con las manos. Negar que el dolor tenga la última palabra. Arriesgarme a pensar que no estamos definitivamente solos. Saltar al vacío en vida, de por vida, y afrontar cada jornada como si tú estuvieras. Avanzar a través de la duda. Atesorar, sin mérito ni garantía, alguna certidumbre frágil. Sonreír en la hora sombría con la risa más lúcida que imaginarme pueda. Porque el Amor habla a su modo, bendiciendo a los malditos, acariciando intocables y desclavando de las cruces a los bienaventurados (José María Rodríguez Olaizola, SJ)Francisco Carmona
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