En más de una ocasión, una pregunta sencilla ha sido suficiente para poner fin al discurso interno que se despierta cuando ocurre algo que nos desconcierta. La muerte de un ser querido, por ejemplo, hace que las personas entren un un diálogo interno abrumador. Pasan dias, meses y, en algunas ocasiones, años enteros donde la mente no cesa de pensar, de volver una y otra vez, sobre lo mismo. El Ego se nutre de la culpa que nos echamos encima cuando las cosas no andan como las proyectamos. El Ego no hace otra cosa que emitir juicios frente a aquellos eventos, aspectos, actos inesperados de la vida. El Ego nos presiona para que anticipemos el futuro y nos preparemos para lo peor desconfiando del conocimiento interno que tenemos de nosotros mismos” “Un sábado, Jesús entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los escribas y fariseos estaban acechando a Jesús para ver si curaba en sábado y tener así de qué acusarlo. Pero Jesús, conociendo sus intenciones, le dijo al hombre de la mano paralizada: Levántate y ponte ahí en medio. El hombre se levantó y se puso en medio. Entonces Jesús les dijo: Les voy a hacer una pregunta: ¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado: el bien o el mal, salvar una vida o acabar con ella? Y después de recorrer con la vista a todos los presentes, le dijo al hombre: Extiende la mano. El la extendió y quedó curado. Los escribas y fariseos se pusieron furiosos y discutían entre sí lo que le iban a hacer a Jesús” (Lc 6, 6-11)
En las cosas que suceden siempre hay una perla de sabiduría. Lo único que necesitamos, para encontrar el tesoro oculto, en las situaciones que desencajan con nuestra visión de la vida es, aprender a escuchar el corazón dejando en silencio el Ego. Jesús entra en la sinagoga. Es sábado. Allí, había un hombre que tenía parálisis en la mano derecha. Todos, especialmente, sus enemigos, estaban esperando que Jesús hiciera un milagro. Carolyn Hobbs dice:” El Ego desea secretamente que todas las cosas permanezcan predecibles”. La gente se había acostumbrado a ver a Jesús realizando milagros el día sábado. Curar en sábado era un acto contrario, según los fariseos y Maestros de la Ley, a las prescripciones dadas por Moisés al pueblo de Israel. Para el Ego, aquello que nos sucede, sobretodo, cuando es traumático, debe considerarse como una identidad. El paralitico, el leproso, el pobre debían permanecer así porque no solo era la voluntad de Dios, sino también su verdadero ser. Para muchos, aquello que nos sucede, aunque sea desafortunado, es la revelación de lo que realmente somos. Muchas personas no se atreven a cambiar porque al hacerlo, sería renunciar a su identidad. Sin identidad, nos sentiríamos perdidos en la vida; por esa razón, muchos conservan patrones de conducta, actitudes y sistemas de creencias que, aunque dolorosas, les dan cierta seguridad y, les permiten sentir que, de algún modo u otro, pertenecen. Mantenemos el conflicto. Las historias que nos contamos cargadas de juicios, creencias, dudas y temores terminan dominando nuestra vida. Terminamos creyendo que, el dolor no solo nos define; también nos mantiene estables. Mientras permanezcamos creyendo que el síntoma nos define, las historias del Ego mantendrán el corazón anclado en el pasado doloroso. Jesús conociendo sus intenciones, tener pruebas para acusarlo de hereje, llama al hombre con la mano paralizada, lo pone en el centro de la asamblea y hace una pregunta. “Entonces Jesús les dijo: ¿Qué es lo que está permitido hacer en sábado: el bien o el mal, salvar una vida o acabar con ella?” Escribe Carolyne Hobbs: “Cuando hacemos una pregunta sencilla, el Ego se toma un descanso y podemos comenzar a escuchar la sabiduría del corazón”. Las preguntas sencillas permiten que descubramos lo perdidos que estamos en los embrollos del Ego”. En el momento, en el que las preguntas sencillas, hacen que el Ego calle, podemos sumergirnos en la consciencia amorosa que nos permite acceder a nuestro centro profundo, a nuestra verdadera identidad. La pregunta de Jesús: ¿Qué está permitido hacer en sábado? Nos lleva a identificar la fuente de la que tomamos el valor para actuar cuando tenemos miedo, nos encontramos confundidos o desesperanzados. En el caso del Evangelio que estamos reflexionando, la escena siguiente es: “Le dijo al hombre: Extiende la mano. El la extendió y quedó curado”. Pues bien, mientras más nos conocemos a nosotros mismos, más podemos decidir y actuar sabiamente. Jesus revela a la comunidad que, el poder con el que actúa no proviene del Ego sino del mismo Dios. Para el Ego, no hay forma de que Dios pueda actuar en favor de alguien, transformado su identidad, porque la enfermedad, según la creencia popular, es un castigo del mismo Dios. De ahí que, los espectadores de lo que sucedió, comenzaran a discutir que iban a hacer con Jesús. Seguramente, el hombre con la mano paralizada asiste a la sinagoga para pedirle a Dios que, pueda volver a conectar consigo mismo, si recupera la salud. El milagro ocurre. Todo esta por fuera de las expectativas de quienes asisten a la sinagoga. Dios, cuando actúa, lo hace al margen de lo que el Ego espera que suceda. La enfermedad, el trauma, las experiencias difíciles transforman nuestra identidad. Mientras más tiempo permanecemos en la enfermedad o en el sufrimiento más nos aferramos a la forma de ser o identidad que creamos para poder sobrevivir y más difícil resulta aceptar que, podemos volver a ser nosotros mismos porque Dios así lo desea. Mientras más se prolonga el sufrimiento en el tiempo, más convencidos terminamos de que no hay forma de salir del oscuro laberinto en el que la enfermedad, el trauma o el sufrimiento quieren mantenernos encarcelados. Aunque el Evangelio no nos dice nada al respecto, es muy posible que, el hombre, a medida qué pasa el tiempo y, sigue estando enfermo, se pregunte una y otra vez, sobre las historias que se cuenta a sí mismo, sobre la realidad que lo aqueja y le impide ser auténtico, conectado consigo mismo. Hay enfermedades que comienzan en un momento muy preciso de nuestra historia personal. La incapacidad para elaborar una pérdida, para resolver un conflicto, para integrar una experiencia difícil o para responder afirmativamente a un llamado de la vida se convierten en el punto de partida, de lo que más tarde, puede diagnosticarse como una enfermedad, por ejemplo, una parálisis de la mano, como en el Evangelio. En la medida, que accedemos a la sabiduría del corazón, el Ego deja de entorpecer nuestro crecimiento en la gracia del amor de Dios. Sin imponer, sin juzgar, sin segundas intenciones. Así te acercas, Jesús, al que más te necesita. Y a mí también. Dejas espacio, silencio, posibilidad para que sea él -para que sea yo- quien exponga su deseo, mi necesidad, mi anhelo. Sin prisas, sin condiciones, sin exigencias. Así, Jesús, perdonas, curas, sanas. ¿Me lo creeré alguna vez? ¿Aprenderé tu modo de acercarme, de dejar espacio, de perdonar, de curar y de sanar? (Óscar Cala sj) Francisco Carmona
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