Sin dudarlo, puedo decir que, haberle dado la comunión, siendo estudiante del colegio, a una mujer como Jesusita se convirtió en la experiencia que, le da sentido a la experiencia de Dios. Las condiciones socioeconómicas, físicas y espirituales de aquella mujer permitieron que al alma llegara la pregunta: ¿Cómo llegar a viejos y morir con alegría, a pesar de todo lo que, juega en contra de la felicidad? Joan Garriga dice: “Se dice que la riqueza no proporciona la felicidad, pero desgraciadamente, sólo los ricos lo saben. Lo mismo ocurre con el poder, con la fama, o con cualquier otro asunto al que apostamos. Por tanto, es específico de lo humano buscar la felicidad y aún más específico buscarla en lugares equivocados. La sabiduría y el coraje consisten en asumir los errores en lugar de persistir en ellos, en desandar los caminos que se muestran infructuosos y reorientarse de nuevo hacia lo esencial”. Desde aquel primero de abril de 1983, algunas veces, con más compromiso que otras, he dejado que la pregunta: ¿Cómo alcanzar la plenitud, cómo vivir en contacto con el alma? Me acompañe. Entendí, desde hace mucho que, sin curar el alma, difícilmente, podemos tener una relación sana con nosotros mismos y establecer vínculos sanos con los demás. Allí, donde una persona es prisionera de las tropas del Ego siempre es acompañada por la ira, el resentimiento, el miedo, la desesperación, la indisciplina y el desánimo. Cada vez que, en lugar de conservar la armonía interior, nos dedicamos a hacer más difícil nuestra vida, estamos apostando por la muerte del alma, en lugar de vivir en contacto con ella. Mantener la lealtad con el sufrimiento del pasado, para lo único que sirve es para llevar una vida llena de amargura y para tener un corazón atormentado, sin brillo, sin fuerzas para amar y recibir amor.
San Mateo nos cuenta el siguiente episodio en la vida de Jesús: “En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte. Jesús se volvió y dijo a Pedro: Quítate de mí vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios. Entonces dijo a los discípulos: El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si malogra su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta” De nuevo, Jesús nos advierte: la vida no se pierde en el sufrimiento sino en la actitud que asumimos ante lo que nos pasa. Las grandes tradiciones espirituales, como el cristianismo y el budismo, nos recuerdan: “El sufrimiento existe”. También nos enseñan: “El sufrimiento puede atravesarse, dejarse atrás, cuando dejamos de resistirnos a la verdad”. No es la cruz la que nos aflige. sino el tipo de cruz que, de una forma u otra, decidimos llevar. Hay quienes se aferran al Ego y a sus dictados, como si fuera algo que, al abandonarlo, les arrebatará la vida. Estos llevan una cruz no sólo pesada sino difícil de soportar. Es una cruz que desean dejar, pero no se atreven, porque en ella está puesta el sentido distorsionado de la existencia. Algo parecido sucede, con aquellos que llevan una vida superficial, individualista, marcada por la soberbia y el orgullo. La vida superficial es pequeña y la cruz enorme. De ahí, el gran sufrimiento de estas almas. Es muy difícil llevar una vida superficial porque mantenerla exige un costo muy alto. Hay una cruz, aquella que representa la fidelidad a sí mismo, el sentido de vida y la autenticidad de una existencia que, ante todo, se caracteriza por la alegría y plenitud que la rodea. Jesús enseña que, cultivar el alma y cuidar el corazón es, con diferencia, algo sumamente valioso. En este camino hay dificultades y sufrimiento, pero nada naufraga porque el consuelo de Dios y su fuerza siempre están presentes y actuando, unas veces desde el silencio y, otras, directamente desde la Palabra y la acción. San Gregorio Magno, nos ofrece la siguiente paradoja: “El que no se niega a sí mismo no puede aproximarse a Aquel que está sobre él. Pero si nos abandonamos a nosotros mismos, ¿a dónde iremos fuera de nosotros?” Quien pierde el contacto con lo esencial, queda a merced de lo pasajero, de la vanidad y del dolor que desgarra el alma, no para desnudarla, sino para destruirla. Cada día, veo lo que el dolor hace en el alma de quienes decidieron convertirlo en la fuerza que las guía y acompaña. También veo el brillo que el alma y el corazón alcanzan cuando se decide tomar la vida en las manos, cuando esto sucede, el brillo del alma se nota porque la libertad interior que nos acompaña es notoria. Un alma que brilla es un alma que confía no sólo en ella misma sino en los demás y en Dios. Un corazón confiado es el pilar de una vida que, como la de Jesusita, no pierde su brillo en medio de la enfermedad, de la pobreza, del distanciamiento y de la soledad. Aportarle cualidades al corazón, una vez que decidimos tomar el alma bajo nuestro cuidado, es una decisión más acertada que, dejarla a merced del Ego. Cuando miro a Jesús veo al amor crucificado que sigue dando vida en abundancia. Cuando veo personas aferradas al dolor como si fuera el vestido que cubre su desnudez, veo almas crucificadas y, un Ego fortaleciéndose cada vez más. El amor nos da vida y el Ego, nos la quita. Fray Vimal escribe: “Buda dice que para vivir una vida pura de entrega uno no debe reputar nada como propio en medio de la abundancia. Un ejemplo es la vida familiar donde los padres se entregan total y generosamente al bienestar de la familia, quizás hasta el punto de olvidarse de sí mismos. Ellos procuran actuar así para que sus hijos estén bien preparados, para que tengan mejor futuro”. En el corazón del que se entrega auténticamente por amor está presente, todo el tiempo, el deseo de que la vida abunde siempre” Jesús de Nazaret, no todos cuelgan de una cruz como la tuya, clavada en la geografía y en la historia de la ignominia, con un pueblo sin palabras pero con ojos de testigo, y con generaciones humanas que te contemplan, te aman y veneran tu imagen en cuellos, templos y destinos. Pero hay muchos que arrastran cruces atornilladas cada día en los hombros y el cerebro, y desangran su amargura sin llantos, sin amigos, gota a gota, paso a paso, por el suelo que pisamos con prisa que no mira. ¡Solo existen en el hogar de tu corazón herido que nunca cicatriza! (Benjamín González Buelta, sj) Francisco Carmona
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