El que desea emprender el viaje heroico de la vida tiene la tarea urgente de conocer bien su interior. Sin conocimiento interior, nuestros instintos y pasiones pueden tomar las riendas de nuestra vida y, en lugar de llevarnos seguros a la meta: la morada del amor, pueden terminar extraviándonos. Al respecto, escribe el Maestro Eckhart: “El camino te conduce a un maravilloso desierto, a lo ancho y largo, sin límite se extiende. El desierto no tiene ni lugar ni tiempo, de su modo tan sólo él sabe. Está aquí y está allí, está lejos y está cerca, es profundo y es alto, en tal forma creado que no es ni esto ni aquello. Es luz, claridad, es todo tiniebla, innombrado, ignorado, liberado del principio y del fin, yace tranquilo, desnudo, sin forma”. No hay viaje sin la disposición a convertirnos antes que, en viajeros, en peregrinos. Existe una diferencia muy profunda entre el viajero y el peregrino. El viajero, la mayoría de las veces, tiene como propósito descansar, conocer, divertirse, cultivar el intelecto, experimentar cosas nuevas. En cambio el peregrino tiene una meta definida, su intención es llegar a un santuario porque busca una conexión diferente con Dios y con el Misterio. El peregrino cuando inicia el camino hacia el santuario o lugar sagrado sabe que, interiormente tiene que fortalecerse para soportar las dificultades, las tentaciones y la lucha interna que ira apareciendo e incrementándose a medida que avance. Mientras que al viajero lo puede mover el deseo, al peregrino lo anima la devoción. Después de cada viaje, el viajero termina enriquecido de nuevas experiencias y conocimientos culturales; en cambio, el peregrino termina con una mayor consciencia de lo sagrado.
Había una vez dos místicos. El primero dijo yo tuve un discípulo una vez que, a pesar de todos mis esfuerzos, me fue imposible hacer que se ilumine. ¿Qué fue lo que hiciste ?, preguntó el otro. Le hice repetir mantras, contemplar símbolos, vestirse con ropajes especiales, saltar para arriba y para abajo, inhalar incienso, leer invocaciones y observar larguísimas vigilias. ¡No dijo nada que pudiera darte una pista de por qué todo esto no estaba produciendo en él una consciencia más elevada? Nada. Simplemente se acostó, dijo algo irrelevante y murió. ¿Qué fue lo que dijo ? Justo antes de morir me miró y dijo: Maestro, ¿cuándo me vas a dar comida? Cuando una persona desea tomarse en serio el camino espiritual tiene que saber que, para avanzar tiene que convertirse en peregrino. Los peregrinos nunca se asientan en un solo lugar; de ahí, que sea sumamente importante, a nivel espiritual, aprender a cuestionar el sistema de creencias que nos acompaña desde pequeños. La curiosidad hace crecer el intelecto y la renuncia a las creencias limitantes nos llena de sabiduría. Es imposible crecer espiritualmente cuando nuestro corazón, nuestra mente y nuestra voluntad están dominadas por la conciencia de nuestro sistema familiar o de aquellas instituciones o grupos donde nos formamos cuando éramos pequeños. Lo que nos enseñaron en esos lugares nos ayudaba a madurar, pero una vez convertidos en adultos, estamos invitados a dejarnos guiar por nuestro propio interior. Sin esta conexión, somos niños que juegan a ser adultos. Los peregrinos acostumbran a alojarse en hospedajes, muchos de ellos sin mucha comodidad. La vida espiritual nos invita a vivir mirando la incomodidad, la negatividad y la dificultad no como obstáculos para el crecimiento sino como realidades que hacen parte de la existencia humana antes las cuales podemos hundirnos o fortalecernos. La auténtica espiritualidad en lugar de llamarnos de positivismo, hacernos creer que todo es posible, nos enseña a asentir a la vida tal como es y, a rendirnos ante ella, con humildad, cuando es necesario. Los peregrinos entienden que el silencio, la meditación y la contemplación son los caminos privilegiados a recorrer porque a través de ellos podemos contemplar los paisajes más bellos de nuestra alma. Cuando el hijo prodigo, después de un largo viaje, donde malgasto la herencia que había recibido de su padre, vuelve en sí, emprende el viaje de regreso a la casa de su Padre. Lo anterior implica el deseo de regresar al propio Yo o al ser original como lo nombran diversos autores. Volver en sí representa el despertar de la consciencia. La verdad sobre nosotros mismos no está en una vida llena de excesos, ni de comodidades. La verdad sobre nosotros mismos la encontramos cuando nos damos cuenta de los movimientos internos que se dan en nosotros y a los cuales, de manera consciente o inconsciente, intentamos seguir y dar respuesta. El joven al regresar a su casa inicia también la reconciliación consigo mismo, un paso fundamental para crecer y ser nosotros mismos. Una vez que el joven empieza el camino de regreso, se convierte en peregrino. Ahora, la meta del viaje es la reconciliación con su historia, con su pasado. En ese proceso de integrar todo lo vivido tendrá que enfrentar la cizaña que su hermano mayor intentará sembrar en la relación del hijo menor y su padre. Enfrentar la tentación de volverse a marchar, el enojo y el deseo de volver a la vida anterior, serán parte del camino hacia el santuario interior. El dolor nos saca de nuestro lugar en la vida y será la fortaleza y la voluntad las que nos permitan no sólo regresar sino mantenernos firmes en el deseo de vivir auténticamente. Dejar de ser es más fácil que ser, pero el precio que se paga por tal facilidad es sumamente alto para el beneficio que se obtiene. Volver en sí responde al momento en el que nos hacemos la pregunta: ¿por qué estoy aquí? En ese momento, la consciencia despierta y nos damos cuenta que la vida que llevamos y nos hemos esforzado en justificar no corresponde con lo que somos, con nuestra identidad. También en ese momento surge el desapego, aquello que considerábamos valiosos pierde su importancia, y la necesidad de reevaluar las creencias que nos han sustentado y alimentado en el estado de vida que hemos conservado hasta el momento presente. A la hora de abandonar la vida interior, es necesario que surja de nuevo el amor hacia aquellos con los que habíamos roto las relaciones para marcharnos a “vivir nuestra propia”. Sin el deseo del encuentro, el viaje se hace mucho más difícil. Enséñame, Señor, a vencer el miedo al silencio... Porque me da pereza. Porque me incomoda, cuestiona y reta. Porque no sé qué me espera. Porque el corazón transita caminos inciertos en los que fluyen sin control mis sentimientos y me esperan voces acalladas largo tiempo. O, quizás, porque no quiero asumir que no es el silencio mi miedo ni es la soledad mi problema. Sino en verdad es que vivo huyendo más de mí, que del silencio y más de Ti, que de mí. Así que, Señor, ayúdame a dejar de vivir huyendo y a vencer el miedo al silencio; a habitar feliz mi soledad y asomarme en paz a mi interior; para cruzar las barreras de mi alma y plantarme, ahora sí, ante ti, cara a cara (Óscar Cala sj)Francisco Carmona
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