Todos, de una manera u otra, vamos anhelando la vida eterna. Es decir, sabemos que vamos a morir. Es algo inevitable. En la medida, que asentimos a nuestra muerte, vivimos reconciliados con la vida. Vivimos en la medida, que nuestra vida tiene sentido. Morimos en la medida, que nuestra vida es vacía, sin sentido, tiranizada por el afán y el deseo de estar por encima de los demás. Algunos hacen daño a sus hermanos, acumulan riquezas y poder, se esclavizan al afán de consumir que despiertan sus sentidos, como si nunca fueran a morir. Vivimos para siempre en aquello que da sentido a nuestra vida y trae luz al mundo. Así, nos lo enseñó Jesús con su vida. Así, lo confirmó Dios con la resurrección de Cristo. Humberto Maturana, biólogo chileno, señala que, todo organismo vivo está en un continuo intercambio de energía y materia con el medio para conservar su estructura interna. Es curioso que, mientras muchos menosprecian la búsqueda de trascendencia. La misma naturaleza, desde la vida que alberga en su interior, sea la que nos muestre que, sin una conexión con algo que está más allá de nosotros pero, que también está dentro, es imposible realizar lo más propio de nuestra condición: la autopoiesis. Es bello ver que, como dice Humberto Maturana, la naturaleza está en un continuo esfuerzo por conservar aquello que la hace ser ella misma porque de esa manera, lo que está oculto sustentando la vida, se revela.
Nasrudín pasó el otoño entero sembrando y preparando su jardín. Las flores se abrieron en primavera pero Nasrudín observó que algunos dientes de león que él no había plantado estaban en algunos lugares del jardín. Los arrancó, pero las semillas ya se habían esparcido y volvieron a crecer. Trató entonces de encontrar un veneno que afectara al diente de león. Un técnico le dijo que cualquier veneno terminaría matando también a las otras flores. Desesperado pidió ayuda a un jardinero especialista que le dijo: Igual que en el casamiento junto con las cosas buenas, terminan viniendo algunos inconvenientes ¿Qué hago? - insistió Nasrudín. Nada, aunque sean flores que tú no pensabas tener ya forman parte del jardín. Jesús dice a sus discípulos “quien come del Pan que yo le daré, tendrá vida eterna”. Nuestra alma tiene hambre y sed. Es decir, nuestra alma se mueve bajo el impulso de satisfacer las necesidades más profundas que tiene y, que son también, las que la mantienen viva. Jesús, símbolo del Sí-mismo, de la verdadera identidad, nos dice que, quien vive una relación íntima con Él, no solo se conoce a sí mismo y satisface la necesidad de saber quién es, sino que también conoce a Dios, a la fuerza que hay en su interior y que le permite ser y trascender. Somos en la medida que trascendemos y trascendemos en la medida que somos; de ahí que, la desconexión con nosotros mismos represente problemas para nuestra identidad y, también para nuestra relación con la trascendencia. Así, como existen fuerzas que están al servicio de la vida, también existen fuerzas que amenazan la vida y la ponen en entredicho. Cuando en lugar de sanar e integrar las experiencias que han sido dolorosas y despersonalizantes nos dedicamos a cultivar el rencor, el deseo de venganza y la búsqueda de reconocimiento, vamos perdiendo la voluntad auténtica de vivir. Sólo vive auténticamente quien ama, nos enseña la sabiduría. Al respecto, Santiago Sánchez escribe: “Perseverar en ser uno mismo, eso es estar vivo. Varios siglos antes, el filósofo holandés, Baruch Spinoza, nos adelantaba la idea con su teoría del conatus. Todos los seres vivos estamos definidos por un conatus, por una voluntad de vivir, de seguir siendo a toda costa”. Renunciar a ser nosotros mismos también es una renuncia a la vida y a Dios. En estas condiciones, nuestra alma desfallece de hambre y de sed. Cuando el ser humano se da cuenta de lo efímera que es su existencia comienza a despertarse el instinto de supervivencia. Dice Santiago Sánchez: “Con un instinto de supervivencia tan marcado, nuestro córtex cerebral fue capaz de imaginar y razonar y pronto empezó a no aceptar tan fatal destino. Entonces, encuentra otro mundo, un lugar en donde nuestra vida continúa eternamente”. Continua diciendo el mismo autor, la civilización egipcia será la que revele el paroxismo del alma por alcanzar una vida más allá de esta vida terrena. “La civilización egipcia, dice de nuevo Santiago Sánchez, es una cultura fundamentada en la preparación para la vida de ultratumba. Sus grandes obras arquitectónicas son egregias tumbas, donde todo está concienzudamente diseñado para garantizar el paso al reino de Osiris”. Mientras los griegos buscaban inmortalizarse a través de la gloria; los cristianos buscamos en el amor la forma de vivir y permanecer en comunión con Dios que, según nuestra fe, es el único garante de nuestra salvación. Recordemos que, salvación significa llevar una vida con sentido. Condenación no es otra cosa que la consciencia de haber desperdiciado la única vida que tenemos. San Agustín y, otros grandes personajes del cristianismo nos han recordado que, el alma está inquieta hasta encontrarse con Dios, que es el único lugar donde encuentra verdadero reposo y descanso porque allí se revela lo que verdaderamente ella es. Según los griegos, el alma nace en la oscuridad y, en la medida que va conociendo, aprendiendo, va entrando en la Luz. El alma va, todo el tiempo, en busca de la Luz. Escribe bellamente el Maestro Eckhart: “Qué hace Dios todo el día? Dios da luz. Desde toda la eternidad, Dios esta tumbado en el lecho de la maternidad dando a luz”. De alguna forma, vamos por la vida buscando la Luz; en otras palabras, buscamos la fuente de la Luz que anhelamos tener porque lo que la luz que nos da el conocimiento, la mayoría de las veces, resulta insuficiente. El alma se ilumina cuando descubre la experiencia que la da fundamento, estructura y orden a todo el amor que ella contiene. Se dice en Constelaciones que, el amor llena, lo que el orden abarca. De ahí que, aunque lo que nos conecte sea el amor, quien contiene ese amor para que no sea destructivo, es el orden. Somos buenos preparándonos para vivir. Nos pasamos diez años estudiando para conseguir un diploma. Somos capaces de hacer muchos esfuerzos para encontrar una pareja y formar una familia, ahorramos o nos endeudamos para comprar la casa de nuestros sueños. Pero no somos buenos para vivir. Nos graduamos y no nos sentimos satisfechos. Nos casamos y deseamos separamos porque nos cuesta asumir al otro y a su destino. Habitamos la casa que soñamos y la percibimos pequeña e insuficiente. Todo esto sucede, porque la mayoría de las veces, olvidamos que estamos vivos en el momento presente y que este es el único momento que tenemos para estar vivos. Solo el que viva aprende el valor de la trascendencia. Tomad y comed, que esto es mi cuerpo, curtido por el sol de los caminos, forjado en el encuentro cotidiano con quien no tiene sitio en otras mesas. Cuerpo que habla con caricias sanadoras, con miradas benévolas y una mano extendida hacia quien la necesite. Tomad y bebed la vida a borbotones, el amor generoso la justicia inmortal, hasta que no haya más sed en las gargantas resecas. Bebed, apurad hasta el fondo el cáliz de la vida dispuesta a servir, que la sangre derramada será semilla de esperanza para quien hoy llora. Y después, haced vosotros lo mismo (José María R. Olaizola, SJ)Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Visita los canales de podcast en la plataforma de spotify y reproduce todos los episodios.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|