La existencia humana se realiza solamente en la colaboración entre la vida contemplativa y la vida activa. La acción supone un camino hacia la contemplación. Allí, se puede comprender y conocer mejor la realidad que nos abarca, que, a veces nos asfixia y, otras, nos alienta. La vida activa sin la vida contemplativa, dice Byung, es ciega. Una persona que va de un lado para otro, lo hemos dicho en varias ocasiones, termina desconectada de sí, de su propósito en la vida y, en última instancia, de Dios. Cuando no paramos de trabajar, lo que hacemos termina pareciéndonos aburrido y vacío. Distintos autores, a lo largo de la historia, han señalado que, entre todas las actividades que se realizan, el pensamiento creativo se destaca porque es el único que puede darle sentido a todo lo que se hace. Para pensar creativamente, es necesario, aprender a parar, a detenerse, a silenciarse y a contemplar. Hay personas que están convencidas que contemplar es huir de la realidad; al contrario, es un modo diferente de entrar en contacto con ella. Marta anda preocupada y angustiada por qué tiene muchas cosas qué hacer. Siente que el tiempo no le alcanza y, que los demás, la dejaron sola con todas las obligaciones. Mientras más atención ponemos a estas sensaciones, más ofuscados y descentrados nos empezamos a sentir. En los afanes de la vida, poco tiempo nos queda para escucharnos a nosotros mismos y, lógicamente, para escuchar a Dios. Al no poder parar, perdemos la posibilidad de descubrir otras formas de vivir más plena y gozosamente. Cuando logramos sacar tiempo para nosotros, para la oración, la primera sensación que aparece en nuestro corazón, es la de bienestar, algo diferente, a lo que nos puede brindar, por ejemplo, la riqueza. El equilibrio entre contemplación y acción representa, según san Agustín, que, por fin, aprendimos a vivir bien.
Un hombre que pasaba por delante de una tienda, vio que vendían allí dos loros, encerrados en la misma jaula. Uno era muy bonito y cantaba estupendamente, mientras que el otro estaba en un estado lastimoso y permanecía mudo. El primero valía veinte euros y el segundo mil euros. El hombre, asombrado por la diferencia de precio, le dijo al comerciante: ¡Deme el loro de 20 euros! Imposible, señor, respondió el vendedor. No puedo vender los dos pájaros por separado. ¿Pero ... por qué? ¿Cómo explica usted semejante diferencia de precio? Pues el más feo cuesta infinitamente más que el más bonito. Y además no canta. Eso es absurdo. ¡Ah, no se equivoque usted, señor! El loro que usted encuentra feo es el compositor. San Gregorio enseña: “Un buen programa de vida exige que uno pase de la vida activa a la vida contemplativa, es útil, a menudo, que el alma retorne de la vida contemplativa a la activa, de modo tal que la llama de la contemplación, encendida en el corazón, le otorgue toda su perfección a la actividad. De este modo, la vida activa debe conducirnos a la contemplación, pero la contemplación […] debe llamarnos de vuelta a la actividad. Jesús, después de despedir a la gente, solía irse a un lugar, solo, a orar; a veces, permanecía todo el día en oración (Lc 5, 16). También sucedía que, después de un período de oración, volvía, de nuevo, a la actividad; así, sucedió, después de la experiencia de la transfiguración en el Monte Tabor. Quien desea encontrarse consigo mismo y llevar una vida medianamente coherente con su ser tendrá que buscar la forma, si quiere mantenerse sano, de encontrar el equilibrio entre trabajo, descanso, compartir con otros y contemplar, ser capaz de distanciarse de las opiniones ajenas, buscar en el interior, mirar de manera diferente la vida. En la medida que contemplamos, vemos como la capacidad de amar, de perdonar, de acoger, de sanarnos y reconciliarnos con los demás, crece. En la mirada silenciosa y amorosa, se encuentran, la mayoría de las veces, las respuestas profundas a lo que nos agobia y roba la paz en el corazón. Donde todo es artificial, la necesidad de volver a lo fundamental, se hace urgencia. La necesidad más profunda, de todas las que habitan en el alma y en el corazón, tiene que ver con el amor. Cuando se siente que se está perdiendo el amor hacia la pareja, la familia, el trabajo, el corazón y el alma están reclamando tiempos dedicados a la contemplación. Cuando se atiende ese llamado, el alma vuelve a conectar con el amor y, donde hay amor, también hay disposición para conectar con el otro, fluir en su compañía y vivir de manera diferente, sin agobio, sin estrés, sin afán. En Constelaciones, se habla mucho de aprender a mirar. La mirada serena, amorosa, es la única que permite integrar lo que está disociado y reunir lo que un día, por el motivo que fuera, se dispersó o alejo. Mirar nos permite comprender, desde el corazón, lo que sucede en el alma y el corazón del otro. Cuando se avecina la prueba, aquella experiencia que sacude los cimientos de la vida y de la fe, la contemplación se vuelva más que necesaria. Jesús camino a Jerusalén, se detiene un momento, sube al Monte Tabor y contempla. Él sabe que, en Jerusalén, todos los profetas son asesinados, él no será la excepción. La contemplación, le ayuda a confiar y a continuar. En la mirada que contempla, el amor que nos habita, se manifiesta y revela que, nada terminará en caos y, todo se resolverá en el amor, de manera diferente a lo que podríamos imaginar si permanecemos desconectados de Aquel que, nos consuela en nuestras dificultades y luchas. En el momento, en el que Jesús se siente más incomprendido, cuando todo parece ofuscarse, dice el Papa Francisco, en un torbellino de malos entendidos, la contemplación permite que la luz divina aparezca y llene de amor hacia los demás, el corazón de quien contempla. Después de la contemplación, el modo de actuar no vuelve a ser el mismo, al cambiar algo en nosotros, cambia algo en la mirada que tenemos hacia los demás. La vita composta es parte de la vida espiritual. Sin contemplación la acción se vuelve neurosis y, sin acción, la contemplación se vuelve solipsismo. El que contempla trae el amor desde la oscuridad. Insisto, en los momentos de mayor dificultad, es necesario, en lugar de encerrarnos en nosotros mismos o en nuestros pensamientos, retirarnos y contemplar. Cuando nos dedicamos a rumiar lo que ha sucedido, sólo acumulamos estrés, dolor y negativismo. Cuando decidimos acallar la mente, apartarnos del ruido y alzar la mirada para ver más allá, entra al alma la calma y con ella la serenidad y lucidez. Según Joseph María Mallarach: “a través de la contemplación alcanzamos un conocimiento amoroso que unifica la existencia de quien contempla y de lo que es contemplado y que, por lo tanto, transforma cualitativamente la relación. Porque la contemplación nos extrae del ámbito del pensar y del hacer en el que estamos habitualmente involucrados para conducirnos suavemente hacia el ámbito del ser, de la existencia pura, al ámbito del descanso regenerador que surge cuando se vive el presente en serena plenitud”. Señor, tú has sido un refugio para los seres humanos de generación en generación. Desde antes de que surgiesen los montes, antes de que naciesen tierra y cielo tú estabas ahí, Señor. Nuestra vida pasa rápido, mil años ante tus ojos son un ayer que pasó, un suspiro en la noche. Tú ves nuestros secretos, tú desnudas nuestras pequeñeces. Vivimos vidas largas, y en ellas, hay mucho de vacío y vanidad, hay tantas cosas que se desvanecen y pasan rápido. Enséñanos a vivir desde lo profundo, que lo verdaderamente importante, llene nuestra cabeza y nuestro corazón. Ilumínanos, Señor, enseña a tus hijos. Sácianos con tu amor cada día y entonces gozaremos y cantaremos de por vida. Llénanos de sentido si alguna vez nos ha faltado, danos paz cuando la hayamos perdido. Que sepamos descubrir tu acción y tu esplendor. Haz que de nuestra vida surjan obras dignas. Señor, tú has sido un refugio para los seres humanos de generación en generación (Adaptación del Salmo 90)Francisco Javier Carmona
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