Escribe Joan Garriga: “Ante la sugerencia de recibir psicoanálisis para afrontar la terrible ansiedad que a rachas padecía, se atribuye a Rilke la siguiente frase: Temo que si me quitan mis demonios se puedan morir mis ángeles. También Nietzsche nos brindó la bella imagen del árbol que se levanta más alto y vigoroso hacia el cielo cuanto más hunde sus raíces en lo profundo de la oscura pero fértil tierra. ¿No será que lo que vive en la oscuridad de nuestro interior constituye el fertilizante de nuestra creatividad, el invisible impulsor de nuestros caminos, la motivación de nuestros valores y logros? ¿No son acaso nuestras heridas las que guían, a menudo, aquello esencial que se convierte en nuestra misión para la vida? Tal vez no se trate de expulsar los demonios, sino de convocarlos al servicio de la vida. Llegar, tal vez, a cabalgarlos como si fueran potros adiestrados”. Nori se retiró con un extranjero que fue a visitarle. Ambos se habían lamentado hasta llegar a sollozar juntos. Después de la partida del viajero, Nori dijo a su discípulo: ¿Sabes quién era? ¡El Diablo! Me ha hablado extensamente de los servicios que ha prestado a Dios y no le han sido recompensados, y del terrible sufrimiento que experimenta a causa de su separación con el Señor. Y ha llorado. Y yo he llorado con él.
Quisiéramos que todos los días fueran brillantes; sin embargo, nos encontramos con que hay días grises y, a veces, muy oscuros. En esos días grises y oscuros, aparece el afán de llenarnos de palabras, algunas veces, esas palabras convertidas en pensamiento resultan inoficiosas porque en lugar de ayudarnos a aceptar la vida como es, nos deprimen más. Al respecto, conviene tener presente la siguiente recomendación de san Juan de la Cruz: “Quédense, pues, lejos la retórica del mundo; quédense lejos de la las parlerías y de la elocuencia seca de la humana sabiduría, flaca e ingeniosa, de que nunca tú gustas, y hablemos palabras al corazón bañadas en dulzor y amor...”. Nada hay que nos ayude más a avanzar que, recordar cuanto y cómo nos ama Dios. En una carta dirigida a James Baldwin, activista de derechos humanos, Thomas Merton deja consignadas las siguientes palabras: “No hay nadie de nosotros, individualmente, racialmente, socialmente, que sea absolutamente completo en el sentido de encerrar en sí toda la excelencia de toda la humanidad. Y esta excelencia, esta totalidad, se construye a partir de las contribuciones de sus partes diferenciadas que podemos compartir unos con otros. Por lo tanto no soy completamente humano hasta que no me haya encontrado a mí mismo en mi hermano africano y asiático e indonesio porque él tiene la parte de humanidad de la que yo carezco”. La exclusión también nos vuelve ansiosos porque nos recuerda que, mientras algo haya sido excluido por nosotros, la búsqueda de la paz interior, se convertirá en tormenta. La sociedad actual ha perdido las creencias, no sólo en Dios sino en cualquier figura o representación de la divinidad. Dios, dice Byung, ha sido sustituido en la sociedad actual por el rendimiento y la actividad. El ser humano cree actualmente que, su capacidad para producir, lo convierte en un ser totalmente individualizado frente a Dios. Lo que el ser humano necesita actualmente, según las creencias de una sociedad centrada en la producción, no es a Dios, sino a sí mismo, y a su capacidad de hacer y alcanzar lo que desea y lo que se propone. El ser humano actual es hiperactivo e hiperneurótico, no sabe gozar de las cosas que la vida le ofrece y, curiosamente, tampoco sabe ser él mismo. Siempre está a merced de llevar una vida positiva donde solo la felicidad tenga espacio. Escribe, bellamente, Thomas Merton: “Puesto que todas las cosas tienen su momento, hay un tiempo en que estar en gestación. En efecto, hemos de empezar en un vientre social. Pero hay también un tiempo para nacer. El que ha nacido espiritualmente como identidad madura queda liberado del vientre circundante de mito y prejuicio. Aprende a pensar por sí mismo. Esa emancipación puede tomar dos formas: primero, la de la vida activa. Y, segundo, la vida contemplativa, que no ha de construirse como una escapatoria del tiempo y la materia, de la responsabilidad social y de la vida de los sentidos”. Mientras estamos ocupados en la producción y explotación máxima de nosotros mismos creyendo que estamos conquistando la felicidad que anhelamos aún no hemos nacido a la identidad del hombre libre y reconciliado con todas las cosas en las que puede encontrar el gozo y la paz que ofrece vivir auténticamente. La ansiedad nos atrapa en el afán de conquistar aquello que la sociedad actual nos ofrece como el camino que nos conduce a la felicidad y a la individualidad. Mientras más nos empeñamos en seguir los dictados de la sociedad más atrapados permanecemos en la ansiedad. La perfección del alma no consiste en amoldarse a lo que otros esperan y desean de ella, sino en conformarse con lo que el Destino y Dios desean que se realice completamente en nosotros. Mientras más nos conformamos a los dictados de la sociedad, más lejos estamos de nosotros mismos; en cambio, cuando comprendemos que la individuación nuestra pasa por la comunión con Dios antes que, por la separación y ruptura de la relación con Él, estamos avanzando en una dirección que nos promete un encuentro libre, verdadero y auténtico con nosotros mismos, con Dios y con todo lo que nos rodea. Mientras más nos aferramos a las imágenes de felicidad que nos ofrecen actualmente los diferentes voceros de la sociedad del cansancio más neuróticos e hiperactivos nos encontramos. Si alejamos el alma de las falsas imágenes de la felicidad y reorientamos nuestras pasiones hacia el amor, hacia la comunión con todos, pero sobre todo, hacia la experiencia de nosotros mismos como seres que se realizan en la comunión con lo eterno, tendremos la posibilidad de vernos a nosotros mismos y a lo que nos rodea, desde un lugar diferente al que veníamos haciéndolo. Hoy me despierto tosco y solitario, no tengo a nadie para dar mis quejas, nadie a quien echar mis culpas de quietud. Sé que hoy me van a cerrar todas las puertas y que no llegará cierta carta que espero, sé que habrá malas noticias en los diarios, sé que no quiero pensar en mí y, lo que es mucho peor, no quiero saber lo que pensarán de mi los coroneles, sé que el mundo será un oscuro paquete de angustias, sé que muchos otros, aquí o en cualquier parte, se sentirán también toscos y solos, sé que el cielo se derrumbará como un techo podrido y hasta mi sombra se burlará de mis confianzas … (Hombre que mira más allá de sus narices, Mario Benedetti)Francisco Carmona
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