Uno de los mayores desafíos de la vida consiste, en darle valor a la vida y evitar la caída en el vacío, en el sinsentido. Hay un momento que, por lo general, coincide con la crisis de la mitad de la vida donde la pregunta por el sentido se hace más apremiante que en otros momentos. La única salida ante la encrucijada de vivir en el vacío o dotar la vida de sentido consiste, en decirle SI a la vida. En el momento, que decimos Si a la vida, nos transformamos y, lo que podría ser una oscuridad absoluta, termina convirtiéndose en una nueva oportunidad para vivir de manera diferente. Una vez que salimos de los entrampamientos que el Ego crea, el alma puede conectarse con algo más grande que ella y que todo lo que la rodea y acompaña. Nasrudin se fue a comprar un asno. La feria de los asnos estaba en su momento álgido entre una multitud de campesinos. En medio del barullo reinante, le oyó afirmar a uno que allí no había más que burros y campesinos. Nada más. ¿Eres campesino tú también?, le preguntó Nasrudin. ¿Yo? No … ¡Entonces, no me digas más!, ironizó Nasrudin.
En el evangelio hay dos pericopas que llaman profundamente la atención. Ambas están en el Evangelio de Lucas. La primera hace referencia a una mujer que padece flujo de sangre y gasta todo lo que tiene intentando encontrar la cura. “Una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años, y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, y por ninguno había podido ser curada, se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto; y al instante se detuvo el flujo de su sangre. Entonces Jesús dijo: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negando todos, dijo Pedro y los que con él estaban: Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado? Pero Jesús dijo: Alguien me ha tocado; porque yo he conocido que ha salido poder de mí. Entonces, cuando la mujer vio que no había quedado oculta, vino temblando, y postrándose a sus pies, le declaró delante de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; ¡vete en paz! (Lc 8, 43-48). La segunda habla de un ciego que está al borde del camino y comienza a gritar cuando siente que Jesús esta pasando cerca de él. “En aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron que era Jesús el nazareno, que iba de camino. Entonces él comenzó a gritar: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí! Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Entonces Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: ¿Qué quieres que haga por ti? Él le contestó: Señor, que vea. Jesús le dijo: Recobra la vista; tu fe te ha curado. Enseguida el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios” (Lc 18, 35-43) Hay días, en los que encuentro personas que tienen la sensación de estar desaprovechando la vida. En el afán de aprovechar la vida, muchos empiezan a codiciar bienes. El vacío se convierte en afán desmedido de riqueza, de poder y de placer inmediato. La resistencia que muchos hacen a la vida se convierte en neurosis. Alexander Lowen, en el libro el miedo a la vida, escribe: “El neurótico está en guardia contra sí mismo, aterrorizado de dejar ir sus defensas y permitir que sus sentimientos se expresen libremente”. La lucha interior se vuelve intensa cuando la idea de renunciar a lo que ha sido su defensa durante muchos años se vuelve una necesidad irrenunciable. Recordemos que, para protegerse del dolor y por miedo a la exclusión, muchos han levantado un muro que mantiene contenido el verdadero ser, en favor de la actividad frecuente de la máscara. La mujer que padece el flujo de sangre es el símbolo de las personas que gastan todo lo que tienen para ser aceptadas por los demás. Estas personas van de médico en médico, de consejero en consejero, deseando encontrar aquella característica, talento o don especial que permita establecer una relación con los demás desde un lugar diferente al que han estado acostumbrados a hacerlo. La mujer ha ido perdiendo su vitalidad en el esfuerzo que supone encontrar el médico o terapeuta que le ayude a comprender que, la vida sólo se vive una vez y, por eso, es importante saber aprovechar la oportunidad aprendiendo a amar, a conectar con el alma y, de manera especial, abriendo el corazón a la acción del Espíritu que, es la única fuerza auténtica que nos puede ayudar a darle orden a nuestra existencia para que el amor de Dios habite y se realiza plenamente en ella. La mujer que padece flujo de sangre, da un paso importante hacia su curación, cuando decide acercarse a Jesús. Su curación consiste, en hacerse cargo de sí misma. Ella deja de poner en manos de los demás su destino. Es ella, nadie más, quien toma la decisión de acercarse a Jesús y, permitir que sea el contacto con Él quien la transforme y la haga un ser nuevo, capaz de recrear su historia y dotarla de sentido, en una relación nueva y diferente con Dios. Muchos están convencidos que han realizado su vida y la han llenado de plenitud porque se han hecho cargo de los demás sin dejarlos ser ellos mismos. Jesús mira a la mujer y, en lugar de permitirle quedarse con El, para celebrar lo acontecido, le dice: vete en paz. La vida encontrada está invitada a ser compartida. Una vez que, la mujer hemorroisa encuentra la paz en ella, tiene que seguir su camino; es decir, ahora tiene la posibilidad de ser ella misma, de amar y entregarse desde un lugar diferente al de comprar amor y sacrificarse por el otro en las relaciones. La curación se verifica, en el lugar o en la experiencia, donde nos disociamos o fragmentamos. Volviendo al contacto con nosotros mismos, podemos decirle Si a la vida como es y a los desafíos que ella nos presenta y, a partir de los cuales, en lugar de hundirnos, podemos empezar a vivir la vocación o los dones que el dolor logró despertar en nosotros. Con respecto al ciego resulta interesante el llamado que dirige a Jesús: “Jesús, Hijo de David, ¡ten compasión de mí! Escribe el Papa Francisco: “El ciego no le pide a Jesús una moneda como hace con los viandantes. No. A Aquel que todo lo puede, le pide todo. (…) Ten compasión de mí, ten compasión de todo lo que soy. No pide una gracia, sino que se presenta a sí mismo: pide misericordia para su persona, para su vida. No es una petición insignificante, pero es muy bella, porque invoca piedad, o sea, compasión, la misericordia de Dios, su ternura. (…) La ceguera era la punta del iceberg, pero en su corazón tendría otras heridas, humillaciones, sueños rotos, errores, remordimientos”. La vida que transcurre aferrada al dolor, es una vida que se va desperdiciando y, sólo se salva, cuando encuentra en Jesús a alguien, que la puede sacar de la oscuridad en la que se haya. En los momentos de mayor oscuridad, cuando la vida está rota, necesitamos abrir el corazón a Jesús, Él sabe escuchar lo que el alma realmente necesita. Si puedo hacer, hoy, alguna cosa, si puedo realizar algún servicio, si puedo decir algo bien dicho, dime cómo hacerlo, Señor. Si puedo arreglar un fallo humano, si puedo dar fuerzas a mi prójimo, si puedo alegrarlo con mi canto, dime cómo hacerlo, Señor. Si puedo ayudar a un desgraciado, si puedo aliviar alguna carga, si puedo irradiar más alegría, dime cómo hacerlo, Señor (Grevnille Kleiser)Francisco Carmona
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