¿Qué pasa con el ser humano hoy? La vida del ser humano actual ha sido despojada, como señala Byung, de toda trascendencia. Donde Dios es excluido, la salud toma su lugar. La salud es la nueva diosa de la sociedad moderna. Todo lo que está relacionado con la vida saludable es elevado a la dimensión sagrada. Los gimnasios son los nuevos templos de la cultura actual. Es curioso que, sin Dios, en lugar de sentirnos empoderados frente a la vida y sus límites, nos sintamos inseguros, temerosos, depresivos y con ataques de pánico. En estas condiciones, buscamos refugio y seguridad en los sucedáneos que el mundo actual nos ofrece. Dice Byung: “La salud se convirtió en una conveniencia sin objetivo” La preocupación por el bienestar y la salud deja paso a la histeria por la supervivencia. No queremos morir, queremos vivir muchos años y, cuando nos preguntan: ¿Para qué vivir más años? Muy pocos tienen una respuesta auténtica que dar. Los que logran responder algo dice: “para viajar, para conocer el mundo, para disfrutar”. Puede que físicamente estemos mejor, pero también es cierto que la enfermedad mental y espiritual va, cada día, en aumento. El vacío existencial sino se atiende debidamente causa muchos estragos en la psique y en la sociedad en general. La separación entre vida, espiritualidad y misterio rodea de rigidez la vida y, por momentos, la vuelve intolerable.
Los fatigados miembros de una caravana llegaron por fin a un oasis y se dispusieron a descansar. A los diez minutos, y en medio del silencio, oyeron una voz que lastimosamente decía: ¡Qué sed tengo! ¡Qué sed tengo! El jefe de la caravana mandó a un hombre a ver qué ocurría. A su regreso dijo: Es sólo un viajero que también trata de descansar pero que no puede por la sed. Dadle agua -ordenó el jefe-, así podremos descansar todos. El enviado llevó una odre de agua al sediento, que éste bebió con deleite. Pasados otros diez minutos, y de nuevo en medio del silencio de la noche se escuchó la misma voz quejumbrosa: ¡ Qué sed tenía! ¡ Pero qué sed tenía! La psicología profunda reconoce el carácter religioso del alma; es decir, acepta que el alma para mantenerse sana, conectada con la vida y consigo misma, necesita del Misterio. Cuando la vida pierde el carácter sagrado que le otorga la relación con el misterio cae fácilmente en la neurosis de sentido. Tiene que haber algo más que levantarse a trabajar con la ilusión de desarrollar al máximo nivel el potencial que hay dentro de nosotros para procurarnos una felicidad que, en lugar de crear hombres y mujeres libres, los vuelve esclavos de su ilusión de que desligados del Misterio pueden vivir y realizarse libremente. La vida que no se llena de sentido, se llena de vacío y de mediocridad. El exceso de positividad y el anhelo de alejar de la vida cualquier expresión de la negatividad pueden no sólo desconectarnos de nuestro centro vital sino también confundirnos con respecto a nuestros deseos más auténticos y profundos. Escribe un colaborador de rezandovoy: “A veces se nos cansa el deseo. Dejamos de anhelar, de soñar, de querer. Nos pueden las inercias y las rutinas, ponemos el piloto automático y nos dejamos llevar por las circunstancias”. En esas circunstancias, dice el colaborador de rezandovoy: “Puedes volver a encender la llama que, dentro de cada uno, nos impulsa a ponernos en camino. Tú pones en el horizonte nuevas imágenes que repueblan nuestra imaginación, nos sacan del letargo y nos lanzan a seguir buscando”. La vitalidad no se mide por el grado de positividad que tengamos sino por la entrega y radicalidad con la que vivimos. A diferencia de la época victoriana, donde Freud percibía el Yo atrapado en la culpa y, por esa misma razón, angustiado. El Yo actual se percibe un Yo atrapado en el afán de crear la propia realidad y vivirla; por esa misma razón, se vuelve represivo y centrado en sí mismo, dejando a un lado la comunidad, a los otros. Hoy, tiene más publicidad un yo que proyecta, que anhela, que desea, que un Yo que trabaja disciplinadamente sobre sus objetivos, que se compromete, que persevera hasta el final. El Yo actual es un Yo atrapado en el ideal y, en consecuencia, vive decepcionado, acompañado de una sensación permanente de frustración, que cuando no lo vuelve agresivo, lo empuja a la ideación suicida. Uno de los mayores signos de malestar del ser humano actual radica en la desilusión acerca de las relaciones personales y el desencanto por el compromiso estable en pareja. La estabilidad en los compromisos se percibe como una amenaza para la libertad que se anhela y custodia celosamente. Los compromisos matrimoniales son percibidos como una pérdida de la libertad que no está en los planes de muchos. Parece que todo funciona a la perfección si nos sentimos libres y, cuando empezamos a sentir que nos quieren pedir más, entonces nos marchamos con la excusa de no estar aún preparados para algo más definitivo. El Yo real aparece como un fracaso ante las aspiraciones del Yo ideal. Andamos detrás de la búsqueda de oportunidades y movidos por el deseo inescrutable de aprovecharlas a toda costa. En esta dinámica, las personas se autoexplotan y terminan siendo víctimas del agotamiento, la desconexión y la depresión. Escribe Byung: “El proyecto termina convertido en proyectil”. La libertad que anhelamos y buscamos termina convirtiéndose en nuestra mayor fuente de angustia y de desespero. El deseo de salir victoriosos nos quebranta y aleja de cualquier victoria posible. La depresión, los comportamientos autoagresivos y la pérdida del interés están presentes como el resultado de una vida centrada en el afán de producir y alcanzar los propios sueños a costa de lo que sea. Cuando quiero ser libre a toda costa, ya estoy comenzando a maniatarme. Cuando persigo mis propios deseos, me estoy encadenando. Hago lo que no quiero hacer. Estoy a merced de mí mismo. Y, cuando al fin, pienso que soy libre, mi libertad se convierte en una carga, porque tengo que tomar decisiones que soy incapaz de realizar, y mi libertad se convierte en una nueva prisión. Sólo puedo hallar libertad en los lazos que me atan a ti (Ulrich Schaffer) Francisco Carmona
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