La vocación difiere de la misión, de la pasión y del talento. La vocación es un llamado. La misión es un encargo que proviene de una autoridad competente. La pasión es una inclinación o una preferencia por algo y, finalmente, el talento es la capacidad especial que tiene una persona para aprender o ejecutar una tarea. Cuando vocación, misión, pasión y talento confluyen estamos ante algo realmente extraordinario. La vocación para ser fielmente vivida exige que la persona asuma un determinado estilo de vida. La vocación define nuestra identidad; de ahí que, una crisis vocacional entraña una confusión en la identidad. En términos generales, la vocación está relacionada con una experiencia numinosa, nos conecta con lo más profundo y auténtico de nuestro ser. Una vez un rey hizo construir un magnífico palacio, compuesto por innumerables habitaciones, en el que no se podía entrar más que por una única portezuela. Las personas que quisieron ver a su soberano, tras haber penetrado en el edificio, vieron abrirse por todos lados puertas que daban a auténticos laberintos. No pudieron encontrar al rey. Cuando el príncipe se dirigió a palacio para ver a su padre, penetró por la portezuela de entrada y reparó de inmediato en que todas las siguientes no eran sino el reflejo de una sola. La abrió y encontró a su padre, sentado delante de él
Toda vocación auténtica exige el conocimiento de sí mismo. Si no sabemos quiénes somos, difícilmente, logramos identificar a que estamos siendo llamados. Moisés, una vez que descubrió que su verdadera identidad estaba ligada al pueblo de Israel y no al Egipcio, se sintió llamado a liberar a su pueblo de la esclavitud. Isaías, una vez que se da cuenta que, los gobernantes de su pueblo habían manchado sus manos con sangre de inocentes, que se habían dedicado a llenar sus arcas con impuestos injustos y que bebían y comían sin importarles el bienestar de los huérfanos, los pobres y las viudas, se siente llamado a invitar a poner, de nuevo, el corazón en Dios y a apartarse de la injusticia. Como hombre sabio y conocedor del estado, Isaías anuncia lo que va a suceder si, en lugar de escuchar a Dios, se continua escuchando la propia vanagloria. La vocación es una respuesta a una experiencia numinosa. Isaías entra en el templo, siente en su ser la majestuosidad y grandeza de Dios, se siente impuro ante tal manifestación. Su corazón se constriñe al ver como el pueblo a sustituido a Dios por la injusticia y, se pregunta: ¿qué puedo hacer? Dios es el verdadero rey, es necesario anunciar el arrepentimiento sino se quiere ser víctima de la infidelidad a Dios. La injusticia quita la vida; Dios, en cambio es santo, el preserva l+a vida de todos, especialmente, del pobre, del huérfano, de la vida, del extranjero; es decir, del débil, del que carece de oportunidades y, es fácilmente sacrificado o vendido para satisfacer los intereses egoístas de quienes han puesto su confianza en el poder y la riqueza antes que, en Dios. En la Biblia conocemos la historia del profeta Nehemías. Como todos, Nehemías pudo contemplar la destrucción que rodeaba al pueblo. Todos vieron las ruinas; sólo Jeremías sintió que tenía que hacer algo. Nos dice David Cabrera, Jesuita: “El profeta Nehemías, en primera persona, pide al rey ser enviado a re-construir la muralla… y eso me provoca una profunda pregunta ante tanta destrucción, ¿puedo ser yo también enviado a re-construir? Quizás no tanto murallas de piedra, pero sí vidas, sí esperanzas, sí ilusiones en medio de un mundo que parece que valora más la defensa de lo propio que el bien común. Sentirnos enviados a reconstruir. Alienta cuando somos capaces de percibir en medio de tanto dolor y vida derrumbada, un atisbo de luz. Nehemías, no sólo le pide materiales para re-construir, sino manos que lo posibiliten. Pensemos por un momento, si yo tuviera que pedir, ¿qué me gustaría? Contar con manos que sepan sumar en generosidad y humildad, con corazones que sepan ser misericordiosos y pobres, cuerpos cálidos donde poder apoyar la cabeza para descansar y entrañas vivas, capaces de generar vida”. Uno de los retos más grandes que tiene frente a sí mismo el ser humanos es el de alcanzar la autorrealización de su propia existencia. Una vida vacía arrastra consigo muchas dificultades. Una vida sin-sentido queda expuesta a muchos peligros y afanes. Una vida vocacionalmente vivida es valiosa. Frente a lo anterior, escribe un analista junguiano: “Vivir una vida significativa estaba ligada al concepto de individuación o autorrealización, donde uno se esfuerza por alcanzar su potencial único. Jung enfatizó la importancia de involucrarse plenamente en el mundo como escenario para esta autorrealización, similar a cómo la naturaleza pretende que un manzano produzca manzanas. Jung creía que viviendo auténtica y conscientemente, en alineación con la voluntad o naturaleza divina interna, uno podía llevar una vida significativa”. A Marco Aurelio se le atribuye la siguiente meditación: “La mayoría de personas carecen de una filosofía de vida. Pasan los días persiguiendo placeres temporales y evitando las incomodidades. Son esclavos de lo inmediato, atraídos por cualquier distracción para no enfrentar su situación. Cualquier excusa para evitar la gran pregunta: ¿es así como quiero vivir? Vivir sin filosofía es vivir sin dirección. Absorberemos sin cuestionar los valores y aspiraciones del vulgo, y moriremos sin haber vivido en realidad. No deberíamos tener miedo a la muerte, sino a no empezar nunca a vivir”. La vida se puede perder, desperdiciar cuando vivimos sumidos en lo inmediato y nos olvidamos de hacer con la vida algo que realmente valga la pena; es decir, dotarla de sentido y realizar una vocación. Sin excepción, todos somos llamados por Dios y por la vida. Para responder fielmente a la vocación es importante conocerse a sí mismo. De lo contrario, aquello que vemos, podemos ignorarlo o pasarlo por alto. Sólo quien tiene una sensibilidad sana descubre que el dolor, que ningún dolor, es el destino definitivo del ser humano. La vocación surge como respuesta a la contemplación respetuosa de aquello que sucede en la vida propia y, en la vida de los demás seres humanos. Donde hay vocaciones, Dios está presente y actuando. ¿Qué puedo hacer por el otro? ¿Cómo puedo vivir auténticamente mi vida? son dos preguntas +que necesarias en el camino que nos conduce a descubrir que, la vida +verdadera se alcanza cuando lo que somos está al servicio de una vocación, de una misión o de una pasión. ¡No me mandes callar! No puedo obedecerte. Tu perdón me ha quemado como un fuego y lo tengo que hablar siempre y a todos, aunque me lo prohíbas, o aunque no me lo crean. Si, por eso, me echan de esta tierra, saldré hablando de Ti. Diré que eres de todos, siempre el mismo, que tu amor no depende de nosotros, que nos amas igual, aunque no amemos; nuestro título ante Ti es la pobreza de no amar. Que eres voz que llama siempre a cada puerta, con nombre exacto, inconfundible; que no pides nada, das y esperas el tiempo que haga falta; que no fuerzas los ritmos de los hombres, que no cansas, no te cansas, y que tu amor es nuevo cada día; que te dolemos todos, cuando no te buscamos. Diré muchas más cosas: que basta con mirarte en cualquier sitio, porque todos son tuyos, para ser otra cosa; simplemente para ser persona. ¡Señor, que chispa a chispa, no me canse de prender este fuego! (Ignacio Iglesias, sj)Francisco Carmona
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