Escribe Thomas Merton: “Una chica pasa por momentos sumamente penosos hasta que puede aceptar su vocación, su destino. Es una experiencia similar a la de una profunda crisis religiosa, uno de los fenómenos típicos de la adolescencia. Esta crisis libera a la joven de su madre. La enseñanza que sacamos en conclusión es que, uno no es verdaderamente libre sino ha pasado por una crisis que lo haya liberado de su dependencia con respecto a otras personas; de lo contrario, nunca podrá acercarse a un prójimo con algo que dar”. Las relaciones simbióticas, aquellas marcadas por la confusión y una profunda dependencia requieren de cierta distancia. Si no hay cierta distancia entre las personas, hay dificultad para crecer, decidir y amar con autenticidad. Muchos conflictos desaparecen en el momento en el que dejamos de luchar con la vocación y decidimos entregarnos a ella. Cuando las energías psíquicas están orientadas hacia el destino, el alma se encuentra a gusto y todo en nosotros comienza a estar sano. Cuando nos centramos en lo que nos corresponde estar centrados se produce una transformación de la psique y, lo que nos hacía parecer neuróticos, desaparece. La conversión, el proceso de orientar nuestra conducta, nuestros valores y actitudes hacia lo que constituye nuestro destino, es necesaria, sí queremos ser fieles a Dios y a nosotros mismos. Hay muchas cosas nuestras que están bloqueadas por la resistencia que ponemos a decirle Sí a la vocación, al destino.
Un autor anónimo escribe: “Para el amor nacemos. Esa es, quizás, nuestra raíz y nuestra esencia, nuestra más profunda fuerza, lo que a veces nos rompe, pero otras nos sube al cielo. Podemos amar y ser amados. Vivimos anhelando encuentro, caricia, palabra de comprensión y reconocimiento. Decimos de Dios, del que somos imagen, que es amor. Y cuando miramos alrededor y vemos a los otros, soñamos con vivir desde la cordialidad de unos brazos que se estrechan, unos ojos que se comprenden o unas manos que se enlazan. El amor tiene muchos nombres, muchos rostros, muchas formas. Tiene innumerables historias. Es amistad, pasión, enamoramiento; es fraterno, filial, paterno; es compasión por las vidas heridas o anhelo por lo que está por vivir. Es encuentro, quietud o tormenta. Es aceptación incondicional, y al tiempo fe en las posibilidades del otro. Amor es saber darnos. Y también saber pedir ayuda a aquellos en quienes confiamos. Es disfrutar de la presencia y echar de menos en la distancia. Es celebrar juntos la vida y llorar juntos los golpes”. Las personas, que se atreven a superar las relaciones simbióticas con sus padres y responden afirmativamente a su vocación, crecen espiritualmente y en su psique experimentan que, la vida, cuando se vive en fidelidad a sí mismo, tiene mucho valor y sentido. La riqueza espiritual es, ante todo, la experiencia de poder ser nosotros mismos y asentir al destino como se nos revela. Aquello que somos, que estamos invitados a vivir y realizar, brota desde nuestro interior, cuando nos liberamos del temor a defraudar a nuestros padres. Antes de ir hacia el destino, la gente suele pasar por muchas crisis de ansiedad, de angustia, de aislamiento. Sólo en la medida que, aprenden a confiar y a creer en la fuerza que las habita, empiezan a serenarse, a aliviarse. Había estado durmiendo años. ¿No sabía cuántos años? viviendo en puras ilusiones durante la noche, lo que es más o menos normal, pero también durante el día, no sabiendo distinguir todo este tiempo entre lo que es real y lo que es ficticio. Entonces …su familia, sus amigos, su pareja, sus hijos, sus estudios, sus pasatiempos, su trabajo, su éxito, su dinero, sus coches, sus ahorros, su casa, su jardín, su perro, su yoga, sus planes, sus viajes, sus gustos, sus deseos, su amor, sus pensamientos, sus emociones, el mismo, si! el mismo! ¿qué era real y qué no? ¡vaya descubrimiento! San Pablo invita a los creyentes a tener siempre presente el momento y las circunstancias en las que fueron llamados. La vocación es el resultado de un momento en el que el alma logra contemplar la imagen de aquello que le da toda la plenitud que ella ansía. Para responder al llamado, sólo necesitamos ser nosotros mismos; es decir, abandonar el miedo a defraudar a los demás porque no seguimos sus expectativas. San Pablo recuerda, a quienes dudan permanentemente de sí mismos, de la vocación y del futuro, que nuestra mayor riqueza está dentro nunca afuera en los bienes que podemos llegar a poseer. Nuestra mayor pobreza, insiste san Pablo, consiste en negarnos a vivir nuestro destino por temor a vivir en la pobreza o el fracaso. Nadie que ha sido generoso en responder al llamado de Dios, ha sido abandonado por él. Para san Pablo, la verdadera preocupación que nos debe acompañar, en el momento de darle el sí a nuestro destino, debe ser la entrega a la vocación. De todo lo demás, se encarga el Señor. Pablo D´Ors escribe: “Merece la pena confiar en lo real. Si hay un Padre, hay un motivo para la confianza”. Por Padre, entendemos, la fuerza que nos guía, que nos permite actuar y alcanzar la meta, un fundamento del cual podemos aferrarnos cuando la oscuridad parece más intensa que la luz. Este Padre, se encuentra dentro de nosotros, lo tomamos del padre biológico, pero, pertenece a nuestro mundo interior. Cuando asentimos a la fuerza interior en la que podemos confiar, también nos reconciliamos con el padre externo. El Padre es la voz que habla en nuestro interior y nos anima o desanima a actuar por nosotros mismos. Según la tradición monástica, nuestra única y verdadera preocupación debe consistir en dejar que Cristo actúe dentro de nosotros, que Él manifieste su amor y fidelidad hacia nosotros. Cuando contemplamos la acción de Dios en nuestra vida, cómo hemos sido llamados y a qué misión fuimos enviados entonces, podemos estar seguros y confiar en que, Aquél que nos llamó también cuidará de nosotros y nos guiará. Cuando hay fidelidad hacia la vocación, también hay fidelidad hacia Dios y, donde la fidelidad es un valor permanente, Dios actúa en nosotros, a través de nosotros y, a pesar nuestro. El que lleva una vida coherente con su vocación, dice Thomas Merton, lleva dentro de sí al Espíritu Santo. Si preguntan por mí... diles que salí a cobrar la vieja deuda, que no pude esperar que a la vida se le diera la gana de llegar a mi puerta. Diles que salí, definitivamente, a dar la cara sin pinturas y sin trajes en el cuerpo. Si preguntan por mí... diles que apagué el fuego, dejé la olla limpia y desnuda la cama, me cansé de esperar la esperanza y fui a buscarla. Diles que no me llamen... Quité el disco que me entretenía con boleros, el beso y el abrazo, la copa estrellé contra el espejo, porque necesitaba convertir el vino en sangre, ya que jamás se dio el milagro, de convertirse el agua en vino. Si preguntan por mí... diles que salí a cobrar la deuda que tenían conmigo el amor, el fuego, el pan, la sábana y el vino, que eché llave a la puerta y no regreso. ¡Definitivamente, diles que me mudé de casa! (Beatriz Zuloaga) Francisco Javier Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Visita los canales de podcast en la plataforma de spotify y reproduce todos los episodios.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|