El tiempo que el pueblo de Israel permaneció esclavo en Egipto fue suficiente para que olvidarán quienes eran y quién era su Dios. Pasó el tiempo y comenzó a gobernar un faraón que nunca escuchó hablar de José, de su padre, de sus hermanos y de su pueblo. Esta faraón tomó medidas que, llevaron al pueblo de Israel a vivir como esclavos durante 400 años. Cuando el pueblo es llevado al Desierto por Moisés conoce la libertad. Una travesía que podía durar diez días termina convertida en una experiencia de 40 años. Una cosa es conquistar la libertad y, otra muy diferente, vivir como hombres libres. La construcción de la identidad es un proceso bastante largo y, a veces, sumamente dispendioso.
El pueblo que camina por el desierto tiene que aprender a dejar atrás los viejos hábitos que, la esclavitud dejó sembrados en el alma y en el corazón. Para Moisés, acompañar al pueblo para que formase una identidad fue una tarea bastante difícil y compleja. El pueblo con frecuencia caía en la tentación de adorar a otros dioses, de acaparar el alimento, de murmurar contra Dios, etc. Moisés no sólo fue acompañante sino también un intercesor constante del pueblo ante Dios. Con Moisés aprendemos que, para acompañar, tenemos que aprender a orar por quienes acompañamos. Un águila, abatiéndose desde lo alto de una roca, arrebató un cordero, y un grajo que lo había visto, por envidia, quiso imitarla. Y, lanzándose con gran estruendo, se precipitó sobre un carnero. Enredadas sus garras en los mechones de lana, batía las alas sin poder elevarse, hasta que el pastor, percatado de lo sucedido, echando a correr, lo cogió y, habiéndole cortado la punta de las alas, al caer la tarde, se lo llevó a sus hijos. Al preguntarle éstos qué pájaro era, dijo: Según yo sé con certeza, un grajo; según cree él, un águila. El corazón del pueblo constantemente sufría extravíos y, en lugar de adorar a Dios, terminaba adorando a dioses falsos. Además, el corazón del pueblo, en muchas ocasiones, terminaba arrastrado por el odio, la sed de venganza, la injusticia, el afán desmedido de riqueza, etc. Al pueblo de Israel, durante muchos años, le costó permanecer fiel al Señor. El exilio en Babilonia trajo nuevas percepciones para el pueblo con respecto a su relación con Yahvé. La fidelidad a la Ley se convirtió en el indicador de la Alianza hecha con el Señor y de la fidelidad a Él. La observancia de la Ley hizo que, el corazón se endureciera y se apartara de Yahvé que, ante todo, es un Dios compasivo y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad, que protege al desvalido y alza de la basura al pobre, que confunde el corazón del soberbio y corrige a su pueblo como un padre a sus hijos. Esta dureza de corazón fue opacando, poco a poco, la relación con Dios. Al final, contaban más los sacrificios y la limosna que el amor, la compasión, la misericordia y la justicia. Un corazón esclavo del desorden trae dolor e injusticia al mundo. En estas condiciones, la necesidad de reconciliación se hace urgente. Solo el amor allana el camino que, el rencor, la envidia y la injusticia hicieron tortuoso. El surgimiento de un ser como Jesús no es pura casualidad. El vino para reunir lo que estaba disperso y para poner en el corazón de todos el amor que transforma la vida en vino nuevo. Donde la oscuridad parecía reinar, Jesús trae la Luz. Así contaron los evangelios su paso entre nosotros. Él es la Luz que vence las tinieblas. Desde el nacimiento hasta su muerte, Jesús ilumino al ser humano con su amor, enseñanza y entrega. La resurrección trae una buena noticia para la humanidad. El que vive como Cristo vivió nunca muere, la muerte no es la última palabra en la existencia humana. La fe no es otra cosa que la experiencia de morir en Cristo y resucitar en Él para siempre. Creer en la resurrección implica afirmar la vida por encima de todo aquello que la amenaza y la destruye. Una experiencia autentica de fe nos saca de la desconexión emocional que el dolor trae a nuestra vida y nos permite experimentarnos libres frente al dolor y la adversidad. Sin resurrección no hay fe en Cristo. Cristo nos enseña que, solo el corazón que aprende a amar trae luz a su vida y a la de los demás. A pesar de la fuerza de esta experiencia, muchos no dudan en hacernos creer que la fe es una fuerza para atraer riqueza. También hay quienes convierten la fe en una forma de manipulación del débil. Jesús nos revela que Dios habita en cada uno de nosotros y se manifiesta cuando estamos en contacto con nosotros mismos y vivimos desde lo que somos. No somos dioses, como dice el Maestro Eckhart: “somos chispas divinas que buscan la oportunidad para convertirse en el fuego que manifiesta la luz divina” Dios es la fuerza de la vida que nos permite ser, amar, servir y trascender. Cuando sentimos la vida amenazada; de inmediato, sentimos la ausencia de Dios. Cuando el miedo, el rencor o el pasado doloroso nos atrapan, el alma siente el anhelo de la presencia de Dios. Dios es quien nos libera de todo aquello que nos deshumaniza, nos desorienta y nos impide ser y amar en libertad. La fe en Dios nos conduce a vivir en la esperanza en lugar del dolor y la oscuridad. La fe en Dios nos fortalece cuando la debilidad nos arrastra. Dios nos da motivos para amar y hacer el bien aunque a nuestro alrededor solo exista rechazo, traición y desamor. La fe proclama la resurrección. Escribe Bede Griffiths, benedictino: “La resurrección no consiste solamente en las apariciones de Jesús a sus discípulos después de su muerte. Muchos piensan que estas apariciones en Galilea y Jerusalén son la resurrección. Pero son simplemente para confirmar la fe de los discípulos. La verdadera resurrección es el paso más allá de este mundo. Es el paso de Jesús de este mundo al Padre. No fue un acontecimiento en el espacio y el tiempo, sino el paso más allá del espacio y el tiempo a lo eterno, a la realidad. Jesús pasó a la realidad. Ese es nuestro punto de partida. Es a ese mundo al que se nos invita a entrar mediante la meditación. No tenemos que esperar a la muerte física, sino que podemos entrar ahora en ese mundo eterno. Tenemos que ir más allá de las apariencias externas de los sentidos y más allá de los conceptos de la mente, y abrirnos a la realidad del Cristo interior, el Cristo de la resurrección” Cristo resucita para que las cadenas que nos mantienen esclavos, impidiéndonos que nos desarrollemos plenamente, sean destruidas. La resurrección no es otra cosa que la transformación de la vida por la fuerza del amor divino que, siempre es fiel y, nunca abandona a quienes se han confiado a él convirtiéndolo en el sentido y fundamento de su vida. La resurrección trae nueva vida para quienes han comprendido que el amor nos conduce a la reconciliación, abre las puertas de nuestro egoísmo y quita los cerrojos de nuestra oscuridad para que entre la Luz que hace nuevas todas las cosas. Esperaré por ti. Esperaré contigo. Atento y expectante, paciente y caminante. Esperaré por ti. Esperaré contigo. Abierto a las sorpresas, confiado en tus promesas. Esperaré por ti. Esperaré contigo. Camino hacia Belén a dónde tú me dices ¡ven! Esperaré por ti. Esperaré contigo. Con María por compañera, nuestra dulce consejera. Esperaré por ti. Esperaré contigo. En el silencio de José aprendiendo de su fe. Esperaré por ti. Esperaré contigo. Porque el amor espera, y sabe dar la vida entera. Esperaré por ti. Esperaré contigo. Ven y no tardes tanto, mira que me agobia el cansancio. Ven, tú, nuestro consolador y ayúdanos a vivir en tu amor. Y así, abrazando nuestra cruz, ¡Caminaremos juntos a tu luz! (Genaro Ávila-Valencia, sj)Francisco Carmona
0 Comentarios
Dejar una respuesta. |
Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
Visita los canales de podcast en la plataforma de spotify y reproduce todos los episodios.
Haz parte de nuestro grupo de suscriptores y recibe en tu WhatsApp la reflexión diaria.
Escanea o haz clic en el siguiente enlace
Filtrar Contenido
Todos
|