Un discípulo le preguntó a Hariri. ¿Qué es mejor ser generoso o ser humilde? ¿Qué preferirías ser? Yo envidio a las dos clases de personas. La envidia de una característica buena es peor que la de una mala. Eso se debe a que la envidia es envidia. Cuando el objeto de la envidia es algo bueno, es un ataque a lo bueno. Cuando el objeto de la envidia es algo malo, está en su debido lugar y no se puede ver tal como es ¿Entonces qué debo hacer? Debes cerciorarte de que eres sincero. De ese modo, llegarás a ser humilde y generoso a la vez. En el dominio de la sinceridad no hay lugar para la envidia. En su generosidad, la vida nos permite vivir por un tiempo de manera equivocada. Ese tiempo es para el Ego que siempre está reclamando que lo dejen vivir, ser él, ser feliz haciendo las cosas que se le antojan o, simplemente, porque es necesario ese tiempo para crecer en determinadas habilidades y virtudes que nos pueden ayudar para ser fieles al destino y a la vida cuando sea el momento oportuno. La vida es maestra y sabe que necesita cada alma y cada ser en cada momento y etapa de la vida.
“Jesús les propuso otra parábola: El Reino de los Cielos es como un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras dormían los hombres, vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando brotó la hierba y echó espiga, entonces apareció también la cizaña. Los siervos del amo de la casa fueron a decirle: Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña? Él les dijo: Algún enemigo lo habrá hecho. Le respondieron los siervos: ¿Quieres que vayamos a arrancarla? Pero él les respondió: No, no vaya a ser que, al arrancar la cizaña, arranquéis también con ella el trigo. Dejad que crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega les diré a los segadores: Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla; el trigo, en cambio, almacenadlo en mi granero” (Mt 13, 24-43) Cuando la vida llama es el momento de revisar nuestras creencias, el sentido de nuestras búsquedas y, de manera especial, la relación que tenemos con la vida. Cuando la vida llama nos invita a la transformación, ya no es posible seguir siendo los mismos. Aquellos que se han dicho mentiras, con el fin de justificar los caminos errados por donde han transitado, se ven obligados a volver a conectar con la verdad de sí mismos. La vida llama y nuestra respuesta no puede ser otra que la conversión, la vuelta hacia nosotros mismos y hacia Dios que, es la razón de nuestra vida. El deseo de volver a casa no es otra cosa que la nostalgia de Dios, que, insisto, es la verdad de nuestra vida. Cuando el peregrino toma consciencia de la vida errada que ha caminado siente el deseo de regresar a casa. Así, le sucede al joven que desperdició la herencia que el padre le dio. Volver a casa significa, entre otras cosas, la conexión consigo mismo, con las raíces, con la inocencia perdida. Al respecto, dice Anselm Grün: “El peregrino debe seguir volviendo también tras el regreso a casa, porque el regreso a casa puede resultar a menudo una vuelta atrás. Es verdad que se ha andado un camino, pero se ha vuelto con la vieja condición humana. No se ha dado la conversión interior. La vuelta del peregrino es una ayuda para la conversión. Pero no la garantiza”. A veces, la vida nos exige cambios radicales y profundos. Algunos creen que, la conversión está relacionada con el discurso, se equivocan. La conversión está asociada al cambio en el corazón, en las actitudes y, sobretodo, en la forma como nos estamos relacionando y llevando adelante nuestros proyectos y el valor que define el sentido de la vida. No es fácil darse la vuelta y reconocer que nos hemos equivocado en el camino que hemos seguido convencidos que nos llevaba a la felicidad. Muchos, por orgullo, prefieren seguir sosteniendo modos equivocados de vivir, antes que reconocer que se desviaron. La misericordia de la vida se manifiesta cuando humildemente aceptamos nuestros desvaríos. Muchos creen estar en el camino correcto. Un día, de repente, se les acerca una persona, las aborda y, les hace ver que sus pasos iban en la dirección equivocada. En lugar de una persona, también puede venir una enfermedad, un acontecimiento inesperado, una crisis a revelarnos que nuestra soberbia nos está conduciendo al abismo y no al encuentro con Dios. Nos dice Anselm Grün: “Nuestra vida es una constante vuelta y conversión. Y es un continuo cambio de mentalidad (metanoia), una ejercitación en otro modo de pensar, en un modo de pensar que ve detrás de las cosas y distingue lo verdadero en todo”. Cuando somos capaces de volver la vista hacia el corazón y, reconocer en él, con cierta vergüenza, los atajos y cambios de dirección que le hemos dado a la vida, llevándola en sentido contrario a lo que Dios espera de nosotros, estamos cerca de vivir y de experimentar el verdadero gozo del Evangelio. El gozo del Evangelio es aquel recuerdo, aquella memoria, sobre la felicidad verdadera, la que no depende de los bienes externos ni del elogio de los demás, sino de la coherencia de vida que alcanzamos cuando lo que, proclaman nuestros labios, es la verdad que llevamos en el corazón. Jesús resume lo anterior en las siguientes palabras: “Guárdense de toda codicia, que aunque uno ande sobrado, la vida no depende de los bienes” (Lc 12, 15) Nos enseña el Evangelio: el vino y el trigo alegran, pero existe un gozo más profundo, interior, y es imprescindible percibirlo para poder celebrarlo llevando una vida plena y verdaderamente realizada. La verdadera alegría es un don de Dios. El Señor es el único que puede alegrar nuestro corazón y hacer que nuestra alma salte de alegría. La alegría que Dios pone en nuestro corazón consiste en reconocernos como seres que, a pesar de su debilidad y fragilidad, son amados y acogidos incondicionalmente por Dios, que es el Señor de la Vida. Hoy Señor, vuelvo a sentarme a tu mesa. Esta vez como Pedro. El brabucón y cabezota de corazón noble. Tu advertencia, seguramente, le traspasó el corazón y la idea de negarte le llenaría de angustia y confusión. Pedro, el primero de todos y, sin embargo, el que hasta tres veces te negó. El cobarde que huyó de tu mirada al salir del pretorio. Pero Tú, Jesús, viniste por las ovejas perdidas, por los pecadores que se sitúan arrepentidos al final del templo, y no por los fariseos de los primeros puestos. Y, por eso, vuelves a sentarte con Pedro...Y conmigo. Tú eres el Dios de la contradicción y, por eso, el Dios del perdón a quien continuamente puedo volver (Óscar Cala sj)Francisco Carmona
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