El 27 de enero de 1978, asistí a una ordenación sacerdotal. Era la primera vez que presenciaba un rito de tal magnitud. Dos cosas, llamaron profundamente mi atención. La primera, antes de ser ordenado, el candidato se acuesta en el suelo, mientras los asistentes oran y piden a los santos que intercedan por quien va a ser consagrado sacerdote. Se atribuye al Santo cura de Ars la siguiente expresión: “me postro siendo pecador y, me levantó sacerdote para siempre”. Al parecer, sólo quien es capaz de descender a las profundidades de su propia miseria, por decirlo de alguna manera, es capaz de levantarse transformado para ser el reflejo de una vida en comunión con Cristo.
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El patrón llega de un viaje largo. Reúne a sus empleados y pide, a cada uno, un informe de la gestión que realizaron durante su ausencia. Uno de los empleados, dice que no hizo nada por miedo a la dura exigencia de su patrón. Esta explicación no convence al patrón, quien se enoja y pide que echen fuera a este trabajador inútil. Sabemos de antemano que, el trabajador tiene capacidades, talentos y, en otras ocasiones, ha mostrado un buen rendimiento; de lo contrario, el patrón no se atrevería a confiarle sus bienes. El empleado se convirtió en un sirviente del miedo, dejó a un lado las tareas propias de su alma. Queda en deuda consigo mismo y con la vida antes que, con el patrón. El miedo con sus dos sirvientes: el susurro y el letargo, es capaz de demonizar, escindir, la vida y al ser.
Mateo (5, 14-16) cuenta que, en la Montaña, Jesús pronunció las siguientes palabras: “Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una montaña no puede esconderse. Tampoco se enciende una lámpara para cubrirla con una vasija. Por el contrario, se pone en el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa. Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben a su Padre que está en los cielos”. El mismo evangelista, en el capítulo 25 (24-25), nos cuenta que, un empleado recibió un talento. Su tarea era administrarlo. Cuando el patrón pidió cuentas, el empleado que recibió un solo talento respondió con las siguientes palabras: “ Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo”. ¿Qué pasó en el corazón de este hombre que no logró hacer que su luz brillará? La respuesta la encontramos en el mismo texto: “¡Tuve miedo!”
Cada uno de nosotros está sometido, en términos generales, al miedo. Cuando el miedo nos desborda, también nos desconecta de nosotros mismos y, nos impide vivir desde nuestro centro más profundo. El miedo, en términos generales, da origen a dos experiencias de vulnerabilidad existencial: el miedo al agobio y el miedo al abandono. Ante el miedo, el Yo siempre reacciona creando estrategias defensivas o de sobrevivencia. Cuando el Yo está fuerte, porque experimenta que se puede confiar en la vida y, en lo que hace parte de ella, el miedo pierde poder y control sobre el alma.
He visto a muchas personas derrumbarse por causa de palabras descalificadoras provenientes de referentes importantes en su vida. Si bien es cierto que, las palabras pueden sanar, también pueden destruir y, hacerlo inmensamente. Aunque la forma como ofendemos y hacemos daño a otros tiene, que ver con la forma como fuimos descalificados y heridos. Esta verdad se olvida facilmente, cuando se está frente a una persona que, atrapada por su furia, nos dice palabras fuertes, por muy conscientes que seamos, nunca el corazón estará preparado para recibirlas. Luchar contra las ofensas no nos cura; al contrario, nos enferma y aprisiona. Salimos de esta situación, aprendiendo a acoger las ofensas.
En la película intensamente dos, aparecen en la vida de Riley nuevas emociones que ponen en riesgo su identidad. En esta película, la ansiedad, el afán de cumplir las expectativas de los demás, a costa de nuestras necesidades más profundas termina creando todo tipo de incomodidades y conductas irracionales que, a la +postre terminan llevando a que la protagonista entre en un estado de pánico y +angustia muy fuerte. Al final, la alegría toma el mando sobre la vida de Riley. No hay mayor tesoro que, poder experimentarnos coherentemente.
Nos cuenta el evangelio de Marcos que, “los discípulos subieron a una barca en compañía de Jesús. De pronto, se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús, mientras tanto, dormía. Los discípulos se llenaron de miedo. Lo despertaron y le dijeron: Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: ¡Cállate, enmudece! Entonces, el viento cesó y sobrevino una gran calma”.
En la relación del niño con los adultos, éste tiene que hacer una serie de adaptaciones para conquistar el amor de sus padres y cuidadores. Cada adaptación le confirma al niño que está tomando el camino correcto para pertenecer, ser valorado, tener un lugar, ser abrazado, protegido, visto, etc. Con el paso del tiempo, estas adaptaciones comienzan a pasar factura. El Yo, con el paso del tiempo, paso de ser auténtico a falso, de sólido a timorato. Así, es como nos vamos convirtiendo en meros espectadores de nuestra vida, que pueden llegar a estar dispuestos, incluso, a soportar la calamidad.
Jesús estaba en la casa de Pedro, el gentío que lo rodeaba y lo escuchaba era tanto que no había forma de abrirse paso para estar frente a él. Cuatro hombres tenían un amigo en común que sufría parálisis. Querían presentarlo ante Jesús para que lo curase. Ante la imposibilidad de acercarse, se les ocurrió una idea: abrir un hueco en el techo y descolgarlo. Jesús, al ver lo que había sucedido, se maravilló de la fe de estas personas y, después de un rato de andar discutiendo con sus oponentes, le dijo al hombre: ¡Tus pecados están perdonados, toma tu camilla y vete a tu casa!
Una vez, un rey de un país no muy lejano reunió a los sabios de su corte y les dijo: He mandado hacer un precioso anillo con un diamante, con uno de los mejores orfebres de la zona. Quiero guardar, oculto dentro del anillo, algunas palabras que puedan ayudarme en los momentos difíciles. Un mensaje al que yo pueda acudir en momentos de desesperación total. Me gustaría que ese mensaje ayude en el futuro a mis herederos y a los hijos de mis herederos. Tiene que ser pequeño, de tal forma que quepa debajo del diamante de mi anillo. Todos aquellos que escucharon los deseos del rey, eran grandes sabios, eruditos que podían haber escrito grandes tratados… pero ¿pensar un mensaje que contuviera dos o tres palabras y que cupiera debajo de un diamante de un anillo? Muy difícil. Igualmente pensaron, y buscaron en sus libros de filosofía por muchas horas, sin encontrar nada en que ajustara a los deseos del poderoso rey. El rey tenía muy próximo a él, un sirviente muy querido. Este hombre, que había sido también sirviente de su padre, y había cuidado de él cuando su madre había muerto, era tratado como la familia y gozaba del respeto de todos. El rey, por esos motivos, también lo consultó. Y éste le dijo: No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje ¿Como lo sabes preguntó el rey? Durante mi larga vida en Palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una oportunidad me encontré con un maestro. Era un invitado de tu padre, y yo estuve a su servicio. Cuando nos dejó, yo lo acompañe hasta la puerta para despedirlo y como gesto de agradecimiento me dio este mensaje. En ese momento, el anciano escribió en un diminuto papel el mencionado mensaje. Lo dobló y se lo entregó al rey. Pero no lo leas, dijo. Mantenlo guardado en el anillo. Ábrelo sólo cuando no encuentres salida en una situación. Ese momento no tardó en llegar, el país fue invadido y su reino se vio amenazado. Estaba huyendo a caballo para salvar su vida, mientras sus enemigos lo perseguían. Estaba solo, y los perseguidores eran numerosos. En un momento, llegó a un lugar donde el camino se acababa, y frente a él había un precipicio y un profundo valle.
Jesús advierte a sus discípulos del peligro que representa para la vida interior acostumbrarse a hacer cosas solamente por el afán de ser vistos. “Tengan cuidado de no practicar sus obras de piedad delante de los hombres para que los vean”. Este tipo de actuaciones sólo sirven al Ego y, terminan creando una enorme distancia entre el Self y el núcleo interior de nuestro ser que, es el lugar donde habita la divinidad.
Lucas nos cuenta que, el joven que se marchó de casa, que malgasto la herencia del padre y que terminó cuidando cerdos, vuelve en sí y decide regresar a casa. Hay un momento, donde se agota la vida del falso Self. Darse cuenta que se ha gastado mucho tiempo y esfuerzo, en vivir según las expectativas ajenas y, en contra de nuestro ser profundo, es el punto de inflexión al que necesita llegar todo ser humano y, es también, la mayor bendición que podamos experimentar. Pues, como dice el Evangelio: conocer la verdad nos hace libres.
Hay un momento, en la vida de cada ser humano, donde en lugar de ser definidos por nosotros mismos, terminamos sucumbiendo a las definiciones de los demás. Nos dejamos arrastrar por la corriente de las opiniones ajenas. La mayoría de la veces, lo que se dice de nosotros, tiene que ver más con la realidad de quien nos habla, que con la verdad que hay en nuestro interior. Jesús caminando acompañado por sus discípulos; de repente, les pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Él sabe que, entre la gente y, también entre sus discípulos, se ha ido creando una opinión sobre él. Jesús sabe que, si se deja llevar por esa opinión puede terminar desenfocado de su misión.
Cada uno de nosotros, al nacer, tiene un destino. En la medida que, vamos siendo conscientes de nosotros mismos, también nos vamos dando cuenta que nuestro destino es nuestra identidad. Nacimos para ser nosotros y no para cumplir las expectativas ajenas. La identidad es nuestra vocación y la vocación es el llamado que la vida nos hace para servirla con nuestros dones, talentos y aprendizajes. A cada uno, la vida lo va dotando de una fuerza para realizar la vocación; esta fuerza se llama carácter y se va forjando a través de cada una de las experiencias que nos ha tocado vivir. Sin carácter, nuestra vocación carece de fuerza y, no logra abrirse paso, en medio de un mundo que, a veces, puede ser hostil, cuando se trata de permitirnos ser nosotros mismos.
Muchos autores de psicología profunda, entre ellos James Hillman, consideran el alma como una semilla sembrada en el campo de la vida. El evangelio de Marcos nos dice: “En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: El Reino de Dios se parece a lo que sucede cuando un hombre siembra la semilla en la tierra: que pasan las noches y los días, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece; y la tierra, por sí sola, va produciendo el fruto: primero los tallos, luego las espigas y después los granos en las espigas. Y cuando ya están maduros los granos, el hombre echa mano de la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha. Les dijo también: ¿Con qué compararemos el Reino de Dios? ¿Con qué parábola lo podremos representar? Es como una semilla de mostaza que, cuando se siembra, es la más pequeña de las semillas; pero una vez sembrada, crece y se convierte en el mayor de los arbustos y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden anidar a su sombra.
El camino espiritual es un despertar de consciencia. Ahora, no todo acto de consciencia es un despertar espiritual. Sabemos que la consciencia reflexiva nos revela que, se entró en el camino espiritual con seriedad. Algunos autores, señalan que para llegar a una comprensión profunda y auténtica del misterio de Dios necesitamos aprender a integrar todos los opuestos que ese Misterio nos revela. Del mismo modo, que en el Misterio, en la consciencia hay movimientos opuestos que, si se integran nos permiten tener una mayor claridad sobre nosotros mismos, sobre la vida y, sobre el Misterio que nos envuelve. Por fuera del Misterio, difícilmente, podemos afirmar que, nos estamos adentrando en la vida espiritual de manera auténtica.
El mayor pecado que una persona puede cometer, es optar por llevar una vida superficial e inconsciente. Rehuir a la tarea de hacerse cargo de sí mismo, creo yo, tiene que resultar una carga muy pesada de llevar. Sin embargo, hay personas que prefieren tomar medicamentos, con tal de no hacerse cargo del dolor que llevan tatuado en su alma y del que no logran salir. Lo que para muchos es un motivo para paralizarse y negarse crecer en la vida; para otros, es la fuente de su sabiduría. No hay nada, que nos aleje más de la posibilidad de transformar el dolor, que el miedo. Vivir conscientemente exige un esfuerzo más generoso, más grande. A Muchos, la generosidad les asusta. Al respecto dice Jung: “No hay cosa más desconcertante en la vida humana que, el descubrimiento de que aquello que más nos infunde miedo, es la mayor fuente de sabiduría”.
A veces, suceden cosas que, al contemplarlas, no hay más remedio que decir: ¿cómo se llegó a este momento? ¿Qué sucedió para que las personas comiencen a actuar de ese modo? No hay mayor grosería, dice Thomas Merton, que creernos la idea, de que podemos ser infieles a la vida, a la experiencia, al amor, al yo profundo, a Dios y, vamos a estar bien, no va a pasar nada que nos perjudique realmente. Toda traición al alma se paga de alguna forma. Cuando enjaulamos a un pájaro que nació y creció en libertad, así sea en una jaula de oro, él terminara muriendo por dos razones. La primera, porque va en contra de lo que él es. La segunda, porque es la forma de escapar de la prisión y de los que desean controlar su vida determinando como debe vivirla.
Desde la primera constelación que hice, el 12 de junio de 2005, hasta la última, 11 de junio de 2024, he visto que en ellas se trata de acoger lo que un día fue separado de nuestra vida porque, en un momento determinado, quisimos ser aceptados, pertenecer o, porque el dolor fue tan intenso que no tuvimos más remedio que disociarnos para sobrevivir. Aquello que fue separado o aislado del alma, mantiene el anhelo del regreso, espera volver a tomar su lugar algún día. Así que, mientras haya partes de nuestra alma o de nuestro ser que sean rechazadas, éstas terminarán siendo las que tengan mayor poder sobre nosotros. Lo que fue excluido sigue estando presente en nosotros a través de la repetición de ciertas dinámicas dolorosas que se presentan en nuestra vida.
Somos el resultado de lo que hemos hecho con lo que nos ha correspondido vivir. En algunas ocasiones, hemos podido tener experiencias que nos han llenado de gozo y expandido el alma; en otras ocasiones, ha sucedido lo contrario, el dolor de la experiencia ha sido tan fuerte que, no hemos tenido otra posibilidad para seguir viviendo que, contraernos y disociarnos. Ese vacío que crea la disociación es aprovechado por el mal para manifestarse y hacer de las suyas. Puede que no seamos responsables de lo que nos ha tocado vivir pero, sí somos responsables de transformar el dolor y de salir del pozo en el que hemos caído.
En la medida que, nos conocemos a nosotros mismos, también vamos conociendo a Dios. Vernos liberados de los autoengaños en los que nos atrapa el sufrimiento sirve para que aprendamos a ver a Dios como realmente es. Cuando somos, dejamos a Dios ser. A Dios, lo experimentamos en la medida que, vamos teniendo consciencia real sobre quienes somos, a qué estamos llamados, cuál es el verdadero propósito de nuestra vida. Escribe Thomas Merton: “¿Qué soy yo? Yo mismo soy una palabra pronunciada por Dios. ¿Puede decir Dios algo que no tenga ningún sentido?”
En medio de la dificultad, la mayoría de las personas tienden a sentirse abandonadas por Dios. Es propio del alma que sufre, considerar lo que experimenta como una fuerza que la separa de Dios y, por lo tanto, la debilita, le impide reconocerse amada incondicionalmente por Dios.
A pesar, de buscar continuamente la felicidad, muchos no sabemos acogerla. El evangelio nos invita, por un lado, a estar siempre alegres y, por otro, a buscar la bienaventuranza. Nos dice Dolores Aleixandre: “La alegría es un gozo más físico y concreto que la bienaventuranza espiritual. Alegre como el recién curado que saborea el retomo de sus fuerzas. Alegre el pobre de espíritu. La expresión alude a alguien que está completamente postrado, tendido en la tierra, y al que comienza a faltarle el aliento. El pobre de espíritu también es el abatido de viento, aquel que está boqueando con el esternón pegado al suelo, los labios a la altura de las sandalias de los otros” Dice el profeta Isaías (57,15): “Desde lo Alto y santo habitaré, estoy con el oprimido y abatido de viento para hacer llegar mi aliento a los abatidos y llenar de gozo el corazón de oprimidos”.
Junto al brocal del pozo estaba sentado Jesús. Llega una mujer a sacar agua del pozo. Jesús, le dice a la mujer: ¿me das de beber? Ella, en lugar de atender la solicitud de Jesús comienza a discutirle. En muchas ocasiones, la primera reacción nuestra, ante la solicitud de otro es, comenzar a discutirle, en lugar de atender su necesidad. La hostilidad con la que tratamos las necesidades del otro, terminan siendo un obstáculo para un encuentro verdadero, para una acogida amorosa. Estas resistencias, muestran lo prevenidos y lo heridos que nos encontramos.
El capítulo siete del evangelio de Lucas muestra a Jesús volcado a su misión de sanar y devolver a la vida lo que esta roto o muerto. Hay una frase que sirve de eslabón entre la acción sanadora de Jesús y la invitación a comer en su casa de un fariseo. “La sabiduría es acreditada por la acción de sus hijos”. Al parecer, para Lucas la sabiduría de un ser humano se revela, se pone de manifiesto, en el servicio a la vida. Sabio es el que ama, no el que sabe. El conocimiento sin amor puede ser sumamente dañino y destructivo. Así, es como grandes sabios, se han puesto al servicio de la barbarie. La vida, les ha importado muy poco.
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Una producción de Francisco Carmona para acompañar a quienes están en busca de su destino.
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